Las elecciones marroquíes del pasado 8 de septiembre estuvieron marcadas por la sorpresa, no por la que representa la victoria esperada de la Agrupación Nacional de Independientes (partido de tecnócratas próximos a los círculos de poder), sino por el desplome del islamista Partido Justicia y Desarrollo (PJD) que ha obtenido solo 12 escaños, frente a los 125 que cosechó en 2016 y a los 107 de los comicios de 2011, número insuficiente para formar grupo parlamentario. Según datos del Ministerio del Interior, en las elecciones del día 8 la participación subió en más de 8 puntos con respecto a los comicios de 2016, de un 42% a un 50,35%.
Mohamed Al Zahraui escribe en Lakome sobre las razones que explicarían el fracaso electoral del PJD y que exigen “revisar algunos factores internos y externos, además de aspectos que tienen que ver con la sociología de las elecciones y el papel de la conciencia colectiva en la formación de opciones y convicciones”. Al Zahraui resume en cinco puntos esa derrota electoral de los islamistas:
- “La pérdida de sus electores (cerca de 1.800.000 votos) y su incapacidad para hacerse con los votos de la red de relaciones y clientelismo que han podido formar en las dos últimas décadas a lo que añadir tal vez el boicot de una parte importante de Justicia y Espiritualidad.
- Que el Movimiento de la Unicidad y la Reforma se haya mantenido al margen o no haya logrado movilizar apoyos para el PJD en las elecciones en tanto que ala predicativa y dinamo en la que se apoya habitualmente el partido islamista en las elecciones .
- Las políticas y decisiones impopulares adoptadas por el PJD durante su gobierno: las promesas, los programas electorales y hasta los aspectos éticos se ha quedado en lemas (…) el partido también ha mostrado de un modo no calculado su disposición a llevar al extremo la adopción de medidas liberales, de índole capitalista, que ningún partido podía haber adoptado y menos justificado y defendido, con la consiguiente carga para la clase media, que representa el eje de la ecuación electoral y que podría haber optado por el voto de castigo o no haber votado .
- La falta de comunicación durante la campaña electoral. El presidente del partido, Saadeddín al Ozmani carece de herramientas de comunicación y del arte de la oratoria en comparación con el potencial y el discurso populista de su antecesor en el partido, Benkirán, para movilizar y justificar políticas y decisiones.
- El contexto regional e internacional (…) en el que se observa una caída de la popularidad de las corrientes islamistas y cuyo discurso ético y utópico, mantenido en un principio, ha perdido brillo y ha chocado con las coerciones de la realidad y de la gestión diaria”.
La reacción del PJD a la derrota electoral no se hizo hecho esperar: el 9 de septiembre, un día después de los comicios, Benkirán pedía a Al Ozmani que dimitiera de la presidencia de la formación y horas después la cúpula del PJD dimitía en bloque, con su secretario general a la cabeza.
El diario Al Quds al Arabi publicaba un análisis del miembro del PJD, Bilal Tlidi, que añade más hipótesis para entender esa derrota: “ La mayoría de los analistas políticos, sobre todo los más cercanos a frentes detractores o competidores del PJD, defienden la tesis del castigo político y algunos de ellos la teoría de la venganza política por una década de gestión política.
Un análisis pausado de estos datos impone probar todas esas teorías, empezando por aquella que defiende que el PJD está en la diana y se le quiere fuera de la mesa, una tesis que la actual cúpula del partido pretende reforzar tal vez por miedo a reacciones contra ella dentro de la propia formación. Esta idea flojea por dos razones. La primera tiene que ver con el cociente electoral en cuya crítica el PJD ha invertido tanto pero que, como los datos demuestran, ha sido el salvavidas del partido permitiéndole conseguir los pocos escaños que ha logrado.
La segunda es la de la cuestión del dinero ilícito o del apoyo de la administración territorial a algunos partidos (…) pero este argumento no es consistente porque este tema ya estuvo presente en las elecciones de 2015 y 2016 y de hecho la administración territorial echó toda la carne del asador del Partido Autenticidad y Modernidad (PAM) pero el PJD pudo con esos partidos y con las leyes electorales.
Tlidi resalta la importancia de un dato relativo al PJD que es el de “ pérdida de sus puntos fuertes en las elecciones de 2016 y por ello nos referimos, en primer lugar, a la cohesión organizativa ya que el partido participó en las elecciones con una brecha doble en su cúpula: la lucha de dos alas (Al Ozmani-Benkirán) y la lucha de dentro de la cúpula que ha gestionado esta fase (Al Ozmani-Ramid) a lo que sumar la propia división de las bases entre esas dos corrientes”.
Al margen de los datos de participación, los resultados y la expectación, Ali Anuzla recordaba en un artículo para Al Arabi al Yadid publicado el mismo día de los comicios que estos no aportarían “ ningún cambio tangible en la vida de amplios sectores de la población marroquí que han perdido la fe en que mejoren sus condiciones de vida a la sombra de un sistema que gobierna desde fuera de las instituciones electas, al margen de cualquier rendición de cuentas”.
Para Anuzla, los comicios no han sido más que “una confirmación de la hegemonía del régimen que reprime las demandas de una transición hacia una verdadera democracia en Marruecos, y una consolidación de la imagen de democracia formal dirigida al consumo externo».
Mónica Carrión es arabista y coordinadora de proyectos en la Fundación Al Fanar para el Conocimiento Árabe
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