El pasado 5 de octubre el gobierno tunecino y las fuerzas de la oposición iniciaron el diálogo nacional que pretende sacar al país de la crisis política que vive. Las negociaciones directas han sido posibles gracias a la mediación del llamado Cuarteto que forman la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), la Patronal (UTICA), la Liga Tunecina de los Derechos Humanos (LTDH) y la Asociación de Magistrados. El partido islamista Al Nahda, actualmente en el gobierno, firmó un acuerdo con la oposición en el que se compromete a dejar el poder antes de finales de octubre. Tras el acuerdo será elegido un primer ministro independiente que tendrá dos semanas para formar el gabinete que gobernará el país hasta la celebración de elecciones.
EDITORIAL. Túnez sale del túnel
Hadda Hazem, Al Fachr, 07/10/2013
Traducción: Husein el Hassani
Si el movimiento tunecino Al Nahda no cambia de opinión tras haber firmado la hoja de ruta propuesta por el cuarteto que patrocina el diálogo en Túnez (tres sindicatos nacionales y la Liga Tunecina de Derechos Humanos), podemos decir que el país va hoy por el buen camino para salir de la crisis política que vive desde hace más de un año y que llegó a su cénit con los asesinatos políticos de personalidades patrióticas de los que se acusó a Al Nahda y a su líder Al Gannushi.
Al Nahda no ha cedido y aceptado que se forme un gobierno liderado por una persona patriótica sobre la que existe un consenso y que dirigirá la próxima etapa pero no podrá presentarse a las próximas elecciones, por voluntad propia como declaró uno de sus líderes a la agencia francesa de noticias, a saber, que Al Nahda firmó y cedió por el interés de la patria. Al Nahda ha cedido porque se ha formado un frente nacional fuerte en el que están todos los componentes de la oposición. Los líderes de los partidos de la oposición han aparcado sus diferencias políticas para obligar a Al Nahda a sentarse a la mesa de diálogo y firmar la hoja de ruta que le obliga a aceptar la dimisión del gobierno en menos de tres semanas, establecer un calendario para las elecciones presidenciales y legislativas y concluir en un plazo de cuatro semanas la redacción de la Constitución.
¿Podía Al Nahda, que obtuvo la mayoría en las elecciones de la Asamblea Constituyente en octubre de 2011, rechazar las condiciones de la oposición y aferrarse al poder hasta nueva orden como pretendía? La ley que llevó a Al Nahda al poder fijaba la fase de transición, que lideraba el propio movimiento Al Nahda, en un periodo máximo de dos años, así que tenía la obligación de terminar la redacción de la Constitución, celebrar elecciones presidenciales y formar gobierno a partir de los resultados de las elecciones parlamentarias antes del 23 de octubre, pero Al Nahda fue posponiendo plazos y rechazando el diálogo mientras se volcaba en controlar los puntos neurálgicos del Estado a fin de perpetuarse en el poder. El movimiento islamista ponía como excusa el deterioro de la seguridad en el país y sus líderes manifestaban que no habría elecciones si la situación de seguridad seguía como estaba. Pero la oposición tunecina, fuerte y unida, ha puesto a Al Gannushi ante un hecho consumado. La movilización de la calle tunecina de los últimos meses ha obligado a Al Nahda a cambiar de opinión acerca de una oposición ahora más unida que ha insistido en la salida del movimiento de Al Gannushi del poder desde el asesinato del opositor Shukri Belaid.
Las concentraciones no cesaron y el pueblo tunecino, que votó mayoritariamente a Al Nahda, descubrió la realidad de este movimiento que nunca ha tenido la intención de encontrar soluciones a los problemas de los tunecinos, los cuales se han agravado desde la marcha de Ben Ali.
Ha quedado al descubierto la cara oculta de este movimiento implicado en actos de violencia y corrupción, en el envío de jóvenes tunecinos para combatir en Siria, y en el escándalo del envío de mujeres tunecinas a ese país para mantener relaciones sexuales en nombre de la yihad. Tampoco podemos olvidar cómo el movimiento de Al Gannushi hizo la vista gorda a la expansión del movimiento salafista que se ha convertido en una amenaza para la seguridad de los ciudadanos, ni el papel desempeñado por los Comités de Protección de la Revolución que en realidad eran milicias que pretendían sembrar el terror entre la oposición para paralizarla y servir así a los intereses de Al Nahda y cumplir su deseo de hacerse con el poder a cualquier precio.
Túnez ha evitado el destino de Egipto y si el diálogo continúa como ha empezado, los tunecinos verán la diferencia y evitarán que su país viva el mismo destino que los llamados países de la Primavera Árabe.
OPINIÓN. No hay que temer por la primavera de Túnez
Fahmi Hueidi, Al Safir, 08/10/2013
Traducción: Husein el Hassani
F. H
Aunque la sombra del escenario egipcio se proyecta sobre el espacio tunecino, la diferencia entre ellos y nosotros, los egipcios, es que ellos ven la luz al final del túnel mientras que nosotros seguimos buscando el túnel.
Viajé a Túnez para participar en una conferencia sobre los cambios de la zona a raíz del fracaso de la Primavera Árabe y me sorprendió ver cómo el término «escenario egipcio» se repetía en las discusiones. Las comparaciones entre los dos países eran frecuentes. Allí descubrí que la mayoría, por no decir que todas las manifestaciones de protesta y desafío contra el presidente Mohamed Mursi fueron inmediatamente copiadas en Túnez, a excepción de la última escena, la intervención de las Fuerzas Armadas para aislar al presidente: las manifestaciones callejeras, las acampadas, la formación del Frente de Salvación, la creación del Movimiento Tamarrud, la retirada de la Asamblea Constituyente encargada de elaborar la Constitución y hasta la hoja de ruta anunciada el tres de julio en Egipto animó a los tunecinos a anunciar una hoja de ruta alternativa para plantarle cara al gobierno.
El peso de la estrategia y de la población no era el tema del debate porque no es posible comparar la población de noventa millones de habitantes de Egipto con los diez millones de habitantes de Túnez. Además el desafío al que se enfrenta Egipto por tener frontera con Israel es difícilmente comparable al desafío de la Salafiya Yihadiya o de las ramificaciones de Al Qaeda en el sur de Túnez. Tal vez sí sea comparable el papel cultural de Túnez en el Magreb y la importancia estratégica de Egipto en el oriente árabe. Y hay más puntos en común: los dos pueblos hicieron una revolución contra el despotismo que logró hacer rodar las cabezas de los dos regímenes, aunque su cuerpo se mantuvo en su sitio; el éxito de la revolución elevó el listón de las expectativas y esperanzas de la población; ambos regímenes revolucionarios fueron víctimas del peso de la ruina heredada de los antiguos regímenes y no lograron responder a las expectativas de las masas lo que desató grados diferentes de confusión y resentimiento; los islamistas se hicieron con la mayoría en los procesos electorales y los gobiernos islamistas se encontraron ante el desafío de acortar el espacio entre las aspiraciones de las masas y la deficiencia de la realidad. Según datos oficiales en Túnez ha habido 35.000 huelgas en 18 meses.
En ambos países las fuerzas civiles, liberales, nacionalistas y de izquierdas llevaron la contraria al gobierno sembrando la semilla de la polarización en una sociedad que se dividió en dos campos cruzados y contrapuestos. Los acontecimientos también han demostrado que el movimiento salafista tiene una nada despreciable presencia en ambos países: en Egipto se alió con los Hermanos Musulmanes y sus grupos se implicaron en el proceso político y se mantuvieron alejados de la violencia durante todo el período de gobierno del presidente Mursi, pero en Túnez la cosa fue distinta. Los salafistas no participaron en el proceso político y trataron con cautela al gobierno de Al Nahda. Luego se demostró que Al Qaeda había calado en la organización a través del movimiento Ansar al Sharía, algunos de cuyos miembros han sido acusados en las investigaciones del asesinato de dos líderes de la oposición tunecina.
Una lectura de la escena a partir de los detalles inclina la balanza a favor de Túnez donde, por ejemplo, el Estado no ha sido solo gestionado por Al Nahda, sino que ha sido una responsabilidad compartida con dos partidos laicos, el Partido del Congreso por la República y el Partido del Bloque Democrático.
El Ejército tunecino se ha mantenido todo el tiempo al margen de la batalla que mantienen los partidos y no se ha metido en la escena política. Este factor ha contribuido a preservar el carácter civil del conflicto y a mantener la competencia política en un marco decidido a través de las urnas. Hay que decir también que la sociedad civil de Túnez es más fuerte que la de Egipto. La Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) es la organización más fuerte del país y a su lado están la Unión General de la Industria y el Comercio y la Liga Tunecina de Derechos Humanos. Estas organizaciones están desempeñando un papel importante en la batalla actual e incluso han presentado la hoja de ruta para hacer frente a la crisis política actual.
El régimen en Túnez se encuentra ante los enormes desafíos que representan por un lado la UGTT, el actor más activo del Frente de Salvación dominado por la izquierda y que no ha dejado de llevar la contraria a Al Nahda desde su primer día al frente del gobierno; y por otro lado los grupos salafistas extremistas liderados por Ansar al Sharía, organización que según todos los indicios está vinculada a Al Qaeda.
Los analistas coinciden en que el cambio llevado a cabo en Egipto el 30 de junio y el 3 de julio contribuyó al incremento del nivel de movilización contra el gobierno y elevó el listón de las demandas hasta la petición de destitución del presidente de la República.
No hay sorpresas en los desafíos a los que se enfrenta Túnez: es la transición del régimen del despotismo y la corrupción al sueño de la creación de un nuevo sistema democrático. El problema no es que haya desafíos sino la manera de hacerles frente.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!