Dentro de tres días se celebra el tercer aniversario de la revolución del 25 de enero con más fracaso, desesperación y división que éxito, consenso y esperanza. Se acerca el tercer aniversario de la revolución y la mayoría de los cabecillas que hicieron que estallara están en la cárcel o en centros de detención, como Ahmad Maher, Mohamed Adel, Alaa Abdelfattah entre otros, o han tenido que abandonar el país en un exilio voluntario, o viven aislados dentro de Egipto como decenas de jóvenes de los ultras o islamistas que no solo han perdido a sus líderes sino también la fe en la justicia de la revolución y en la utilidad de la democracia como herramientas útiles para el cambio.
Se acerca el tercer aniversario de la revolución egipcia después de que haya girado sobre sí misma 360 grados y haya vuelto al punto cero, como antes del 25 de enero. El Estado policial ha vuelto a operar a pleno rendimiento, con su flor y nata, apoyado por un brazo mediático que carece de profesionalidad y de responsabilidad ética, mientras que los generales gobiernan el país de manera casi absoluta con el apoyo de una élite política que ha perdido cualquier sentido de coherencia y parece estar dispuesta a sacrificar los derechos y las libertades de la sociedad para ocultar su fracaso, pues han sido incapaces de encontrar una alternativa convincente después del fracaso de los islamistas.
Se acerca el tercer aniversario de la revolución sin que haya sido llevado a juicio ningún responsable del antiguo régimen de Hosni Mubarak por sus pecados contra la nación, ni por corrupción ni por asesinato. Al mismo tiempo, siguen dando la bienvenida a muchos hombres de negocios corruptos y les allanan el camino abrazándoles de nuevo bajo el lema «lo pasado, pasado está». Como si la revolución no hubiera tenido lugar, como si el régimen no hubiera sido derrocado.
Lo peor es que los símbolos del régimen de Mubarak se han transformado en los nuevos revolucionarios, distribuyendo los certificados del patriotismo a su antojo y vengándose de todos los que participaron en la revolución del 25 de enero.
Se acerca el tercer aniversario de la revolución egipcia con la nueva Constitución del país ya aprobada bajo el lema «quién no está con nosotros, está contra nosotros», puesto que votar en contra de la Constitución ha sido considerado como llevar la contraria al Estado y a la sociedad. Esta Constitución que fue elaborada por un comité que redactó sus artículos sobre la base de la lógica de los pactos entre los centros de poder de las fuerzas políticas que se formaron en la etapa posterior al 3 de julio del año pasado.
La revolución egipcia no ha logrado consolidarse y reforzar su lógica en estos tres años. Todos han cometido errores fatales que fueron suficientes para desviarse de sus principios y sus objetivos. Tal vez la mala suerte que tuvo la revolución es que los que llegaron al poder durante los últimos tres años no tuvieron la capacidad revolucionaria suficiente para purgar y limpiar las instituciones del Estado de la corrupción de Mubarak y reestructurarla de acuerdo con una base sólida que allanara el camino para una transformación democrática viable. Las fuerzas reaccionarias y conservadoras en alianza con las instituciones del antiguo régimen han logrado acabar con la revolución, distorsionar su imagen y congelar su activismo.
Sin embargo, el fracaso consumado de esta etapa de la revolución egipcia no significa necesariamente su final o la desaparición de sus motivos que fueron la razón principal que la provocó hace tres años. Tampoco significa necesariamente el éxito del nuevo/antiguo régimen que algunos tratan de constituir. Al contrario, los intentos de reconstruir el antiguo régimen autoritario pueden resucitar la revolución egipcia y encender de nuevo su llama.
Los sociólogos que estudian las más de 40 revoluciones del siglo XX citan algunos motivos que pueden hacer resucitar las revoluciones. Por ejemplo, Jeff Goodwin, uno de los investigadores más destacados en el estudio de los movimientos sociales, cree que hay cuatro razones principales que son suficientes para que vuelva a prender de nuevo la llama de las revoluciones: la primera razón es que se adopten políticas económicas y sociales impopulares. Algo que va a seguir ocurriendo en Egipto a la luz de las políticas económicas aplicadas por el Estado en las últimas dos décadas y que fueron la razón principal por la cual estalló la revolución hace tres años. Implementar reformas económicas radicales como el recorte de los subsidios y la liberalización de la economía aumentará la tensión social y de clase que representa el núcleo principal de la revolución.
La segunda razón es la continuación de la política de eliminación y exclusión de movimientos y sectores sociales influyentes en la vida pública. Algo que ahora es evidente y se lleva a cabo de manera arbitraria y sin precedentes, puesto que el régimen del 3 de julio insiste en eliminar y excluir de la escena política a todos los movimientos asociativos y populares para reforzar su control e imponer su visión sobre ellos. Este hecho puede llevar a estos movimientos a apostar por todo lo que sea revolucionario, crear nuevos métodos de resistencia y desafiar al poder como sucedió con los bolcheviques en Rusia y los comunistas en China a principios del siglo pasado, así como en Cuba e Irán durante los años sesenta y setenta.
La tercera razón consiste en el aumento de los índices de violencia y represión contra los movimientos y las organizaciones populares. Eso aumentaría la radicalización de los movimientos revolucionarios y empujaría a algunos de ellos a recurrir a las armas y a la violencia para defenderse frente a la represión estatal.
La cuarta razón es la debilitación de la capacidad logística y de seguridad de los órganos de de represión. Eso empujaría a las fuerzas revolucionarias a aumentar la presión para que se escuchen sus demandas y negocien con ellas.
No es necesario que el caso egipcio reúna todos estos factores, porque los intentos de poner fin a la revolución por medios autoritarios y sin hacer concesiones políticas, económicas y sociales están condenados al fracaso a largo plazo. Parece que la ausencia de visión y de imaginación política del poder actual es la gota que provocará su caída. Por un lado, el poder actual no parece capaz de contener la ira que está debajo de la superficie y que puede explotar en cualquier momento. Por otro lado, no parece que controlen todos los grupos y organizaciones que puedan servir de buen combustible para cualquier ola revolucionaria que llegue en el futuro.
Es cierto que hay una gran masa social que todavía rechaza el cambio y lo ve como un factor de inestabilidad, pero la escasa capacidad del poder para comprar la satisfacción de las masas, por un lado, y el agotamiento de su crédito, por otro lado, puede ser el comienzo de un nuevo capítulo en la revolución egipcia que puede ser más violento y doloroso, algo que nadie desea.
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