Muna Rafei
Al Yumhuriya, 11/07/2019
Traducido y publicado por el blog Traducciones de la revolución siria
Primera voz
Mi alumna se precipitó hacia mí cuando me vio en la calle para quejarse medio llorando del miedo que le provocaba un joven que la perseguía a diario desde la puerta de su casa a la de la escuela. Lo señaló con la mano y me dijo: “Es él”. Después lo dejó todo en mis manos. No podía soportar ver a la pobre muchacha siendo perseguida por un joven “gamberro” que tenía varios años más que ella. Me dirigí hacia él, le grité y lo eché de la puerta de la escuela, después de reprimir el fuerte deseo en mi pecho de pegarle e insultarle. Por un instante, sentí que en mi rostro había florecido una barba, que me habían salido en los brazos unos músculos bien desarrollados y que en mi garganta había gritado una ruda voz masculina en lugar de mi voz femenina habitual. Parece que me enfado y vuelvo más violenta según pasan los días y asumo roles que antes no solía asumir. En resumen, la sangre me hierve más en las venas de lo habitual desde que regresé, obligada, a vivir en las zonas bajo control del régimen.
Una vez escribí sobre el “planeta esmeralda” y otra sobre los jóvenes que comentaban delante de mí que no salvarían a una mujer víctima de una agresión porque no sabrían quién podría ser el agresor y porque “sálvese quien pueda”. También he escrito sobre la gente que ha dejado de seguir las noticias de la revolución desde hace años y ya no les interesan [1]. Hoy escribo sobre la interacción de la gente con lo que pasa a su alrededor en las zonas bajo control del régimen, sobre la muerte de los sentimientos. El tema no es, en absoluto, juzgar a nadie, sino que se trata de hablar de los remordimientos ante muchas situaciones que prefiero no mencionar aquí, y eso que me enfado mucho con quien nos acusa a los que vivimos en estas zonas de complacencia, debilidad y de fingir amnesia. Aunque haya parte de verdad en ello, ¿no nos hemos vuelto muchos de nosotros así de veras? ¿Ya sea dentro o fuera de Siria? Nadie puede señalar con su dedo acusador a nadie. Mientras escribo esto, miro a los jóvenes que permanecen en las zonas bajo control del régimen, hacia los cuales se debaten en mi pecho sentimientos confusos; el primero de ellos, la lástima, y el más lastimoso de todos, la ternura. Sin embargo, esta última no es la típica ternura femenina, sino la que siente el hermano por sus hermanas, sabiendo que podría pagar con su vida para defenderlas en una situación de peligro. Los miro con un intenso dolor y una envidia que quema. No es fácil ver cómo dos jóvenes en tu ciudad caen víctimas de la apatía, el miedo y una excesiva precaución, mientras ignoran todo lo que sucede a su alrededor y se pegan a los muros para buscar seguridad para ellos y su presencia en este lugar.
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