El pasado 14 de agosto eran desalojadas a la fuerza las acampadas de protesta de los partidarios del depuesto presidente Mohamed Mursi, situadas en las plazas cairotas de Al Nahda y Rabea al Adauiya. Al desalojo de las dos plazas le precedieron otros episodios violentos protagonizados por los partidarios del expresidente Mursi, miembro del grupo de los Hermanos Musulmanes, y las fuerzas de seguridad del Estado como el del intento de asalto al cuartel de la Guardia Republicana. Como consecuencia de estos choques violentos y del desalojo de las dos plazas han muerto centenares de personas, en su mayor parte civiles. Declarado el estado de emergencia y el toque de queda en varias provincias dentro de la campaña de «lucha contra el terrorismo» lanzada por las fuerzas de seguridad del Estado contra los Hermanos Musulmanes y disipadas las esperanzas de la apertura de canales de diálogo entre las dos partes, la sociedad egipcia parece cada día más divida. La «lucha antiterrorista» ha desplazado el debate sobre si lo sucedido a partir del 30 de junio fue un golpe de Estado, una nueva revolución o la segunda fase de la revolución del 25 de enero de 2011, y en un Egipto regido por el lema «con nosotros o contra nosotros» que implícitamente promueven las fuerzas de seguridad y gran parte de la población, se ha vuelto a instaurar un sistema mediático monocromo y un sistema policial muy similar al que dominaba el país en la era Mubarak.
La reconstrucción del Estado securitario en Egipto
Traducción: Husein el Hassani
Al Hayat, 22/08/2013
Yezid Sayig, es investigador senior en el Carnegie Middle East Center (Beirut). Su labor se centra en la crisis siria, el papel político de los ejércitos árabes, la transformación del sector de la seguridad en las transiciones árabes, la reinvención del autoritarismo y el conflicto israelo-palestino y el proceso de paz.
Parece que las declaraciones del ministro de Defensa y jefe de la Fuerzas Armadas egipcias, el general Abdelfattah al Sisi, en las que dijo en Egipto que «hay lugar para todos» se refieren a la disposición a negociar una salida a la sangrienta crisis que vive el país. El 18 de agosto Al Sisi se dirigió a los partidarios del presidente depuesto, Mohamed Mursi y a la asociación de los Hermanos Musulmanes al que pertenece, para instarles a ayudar a «reconstruir el proceso democrático» y a «integrarse en el proceso político». El general que derrocó a Mursi el 3 de julio y se cree el salvador de Egipto. Solo entiende que todo se haga a su manera, de acuerdo a las condiciones que él impone. La respuesta positiva o negativa del bando de Mursi no cambiará nada. Quienes de verdad gobiernan el país lo han colocado en la senda que lleva a la resucitación del «Estado securitario» construido por el expresidente Hosni Mubarak.
Parece que el gobierno interino que se formó el 16 de julio no es más que la fachada civil de la dirección de las Fuerzas Armadas egipcias, y en especial, de Al Sisi. Si quiere demostrar lo contrario, el gobierno interino debe hacer serios esfuerzos para reformar el Ministerio del Interior que comanda el sector de la seguridad formado por entre 1,5 y 1,7 millones de oficiales de policía, miembros de fuerzas paramilitares, agentes de los servicios secretos, detectives y espías. Las violaciones sistemáticas de los derechos humanos fueron un tema crucial en la revuelta del 25 de enero de 2011, pero ni el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que gobernó Egipto entre febrero de 2011 y junio de 2012, ni la gestión de Mursi del año siguiente, asumieron la responsabilidad de reformar ese enorme sector.
«Se vende revolución modelo 2011, usada por los militares y los Hermanos, licencia provisional, 90 millones de kilómetros, dos vuelcos». Caricatura de Tawfiq, publicada en Al Shuruq, 20/08/2013
La reforma del sector de la seguridad egipcia ha sido extremadamente difícil incluso cuando las condiciones políticas eran favorables, y ahora significa un reto aún mayor ya que el país se encuentra al borde de una crisis absoluta. El gobierno interino y la cúpula de las Fuerzas Armadas egipcias apuestan por el Ministerio del Interior como punta de lanza contra los Hermanos Musulmanes y demás islamistas y por lo tanto, la reforma de ese ministerio no será considerada una prioridad. Sin embargo, el gobierno interino corre el riesgo de convertirse en rehén del sector securitario, que está utilizando nuevamente una fuerza desproporcionada contra los manifestantes, desarmados en su mayoría, totalmente confiado en su impunidad.
Las consecuencias parecen evidentes en el número de muertes, más de mil, que se han producido desde la caída de Mursi y en el empeoramiento de las relaciones de Egipto con Estados Unidos y la Unión Europea. El sector de la seguridad no solo actúa como si se hubiera deshecho de la sensación de derrota y humillación sufrida con la revuelta de 2011, sino como si fuera el vencedor que ahora busca venganza. Los oficiales de policía han pedido en repetidas ocasiones más armas, normas de confrontación más flexibles y protección jurídica para no ser perseguidos por vía legal a lo largo de los últimos dos años sin conseguir nada de ello. Pero ahora tienen un «cheque en blanco» político (es decir, libertad de actuación) para usar la violencia sin tener que rendir cuentas.
El fracaso en el intento de hacer frente a estas prácticas agravará las amargas divisiones sociales y políticas en el país y allanará el camino al proceso de involución total de un sector caracterizado desde hace mucho tiempo por el uso de medios brutales y por una corrupción propagada.
Para dar credibilidad a su teoría sobre el proceso democrático y la integración política, el gobierno interino debe utilizar todo su capital político para convencer a las Fuerzas Armadas de la necesidad de apoyar la reforma del Ministerio del Interior. Es verdad que el gobierno interino es débil, pero el Ejército lo necesita para mantener su apariencia de legitimidad política a nivel local e internacional y para conseguir la estabilidad de los mercados y atraer ayudas e inversiones. Si se quiere llevar a cabo con éxito esa misión, el Ejército es la única fuerza del país con capacidad para someter al Ministerio del Interior.
La cúpula militar tiene mucho interés en impedir nuevas deserciones en las filas del gobierno interino tras la preocupante renuncia del vicepresidente interino, Mohamed al Baradei. Es probable que la violencia policial provoque más divisiones. Aunque el primer ministro, Hazem al Bablaui, ha rechazado repetidamente «una reconciliación con quienes tienen las manos manchadas de sangre y con quienes apuntaron con sus armas al Estado y a sus instituciones», el vice primer ministro interino, Ziad Bahaeddín, quiere poner fin al estado de emergencia declarado el 14 de agosto y que haya garantías para la participación de todos los partidos políticos y la protección de los derechos humanos.
Irónicamente, la reforma del sector de la seguridad puede ser el único ámbito de la política en el que el gobierno interino puede conseguir algún que otro progreso. Su prioridad oficial es lograr la estabilidad económica y recuperar el crecimiento, y en el primer objetivo podría marcarse un tanto a corto plazo gracias a los 12.000 millones de dólares en concepto de ayudas y de petróleo prometidos por varios países del Golfo. Sin embargo, el segundo objetivo requiere reformas fundamentales en el aparato del Estado y en las empresas propiedad de una serie de instituciones del Estado, incluida la militar. Dado que la amistad del Ejército con los aparatos de la policía y la seguridad interna está rota, el primero puede beneficiarse a nivel político aparentando que ha logrado controlar esas empresas.
El 13 de agosto parecía claro que esa no era la orientación de Al Sisi cuando veinticinco nuevos gobernadores juraron su cargo ante el presidente interino, Adli Mansur, nombrado por el Consejo Militar. Mursi ya había nombrado a trece gobernadores nuevos en junio pero este hecho fue simplemente ignorado. Todos los gobernadores nombrados por Mursi eran civiles, mientras que dieciocho de los veinticinco gobernadores nombrados en agosto son generales retirados, lo que nos recuerda una práctica establecida por el presidente Gamal Abdel Naser que fue seguida por todos los que le sucedieron después, incluido el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en 2011-2012. Las autoridades interinas ni siquiera hicieron el amago de realizar una reforma o de implicar a los demás. Los siete nuevos gobernadores civiles son miembros o simpatizantes del disuelto Partido Nacional Democrático que lideraba Mubarak, y no aliados políticos del gobierno interino, como el partido Al Wafd, el Partido Democrático Social, el Partido Constitución Liberal o los propios naseristas.
Esto puede sugerir que la cúpula de las Fuerzas Armadas egipcias y del Ministerio del Interior no han abandonado en ningún momento su mentalidad totalitaria ni su cultura arbitraria, una cultura que desconfía de los civiles. Esto no supone un problema para el Ministerio del Interior que lideró la batalla contra los Hermanos Musulmanes y los yihadistas islamistas durante treinta años, siempre y cuando no se les presente como cabeza de turco de los errores del aparato estatal que impulsó el gobierno de Mubarak, como sucedió en 2011. Pero eso deja a Al Sisi, que niega tener ambiciones presidenciales, con limitadas alternativas si tenemos en cuenta además la debilidad de los partidos políticos que apoyan al gobierno interino.
Esto explica el porqué de la campaña contra la asociación de los Hermanos Musulmanes bajo el lema de la «lucha contra el terrorismo», en lugar de trabajar en aplicar reformas democráticas reales tales como la de someter al sector de la seguridad a una administración civil o de prepararse para transformar el gobierno local, cuyos responsables son elegidos por el poder ejecutivo, en un organismo electo. La represión de un movimiento social tan amplio como el de los Hermanos Musulmanes requiere arrestos masivos –quizá vamos a ser testigos de la reapertura de los campamentos en el desierto que dieron cabida a 20.000 presos políticos en la época de Abdel Naser en los años cincuenta y a 30.000 presos políticos en la era Mubarak en los años noventa- y posiblemente también asesinatos clandestinos y desapariciones forzosas. Las represalias inevitables, ya sea de los mismos Hermanos Musulmanes o de los islamistas más radicales, servirán a los intereses de las autoridades interinas con carácter retroactivo como prueba de la legitimidad de su guerra contra el «terrorismo».
Egipto solo puede evitar este resultado si Al Sisi y las Fuerzas Armadas utilizan su gran influencia. Pero parece que el sector de la seguridad tiene ahora libertad total para ejecutar las órdenes del Ejército. Es cierto que Mubarak se fue, pero su Estado securitario vuelve de nuevo.
Ruina de una nación, ventajas para un pueblo *
Traducción: Mónica Carrión
Al Shuruq, 20/08/2013
Basem Yusef, humorista, presentador del programa de televisión Al Barnameg. (Ver El presentador Basem Yusef gana la partida a los Hermanos Musulmanes, de momento)
Hoy he decidido no ser neutral, no sujetar el palo por la mitad. No me costaría nada derramar la copa de mi enfado sobre ambas partes. Lavarme las manos de las prácticas del Ministerio del Interior, criticar la actuación del gobierno de transición por su estupidez y su empeño en aplicar una solución securitaria, gritar bien alto «abajo el gobierno militar» y después dedicar el resto del artículo a maldecir a los Hermanos Musulmanes y a explicar cómo nos han llevado a lo que estamos padeciendo, y luego soltar un «que Dios guarde en su gloria» a los mártires, decir que «cualquier asesinato es pecado», maldecir a las dos partes y a continuación dejar el bolígrafo a un lado sintiendo que tengo la conciencia tranquila porque he conservado mi humanidad, he maldecido al universo y mi ética está tan por encima de los demás que desde allí arriba puedo arrojar mis insultos, mi desprecio y mis críticas a los militares y a los Hermanos. Una solución agradable, fácil y poco estresante. Sin embargo hoy he decidido alinearme, ponerme de parte de un solo bando. No vale ser pusilánime, las medias tintas. He decidido estar con los Hermanos. ¿Por qué? ¿Estás conmocionado? Ten un poco de paciencia (…)
El primer paso es muy sencillo: estaré de acuerdo con los Hermanos en que los de Interior son unos matones, unos estúpidos y unos salvajes ¿Cómo son capaces de dispersar una protesta con esa brutalidad, aunque fuese verdad que hubiera armas? Lo de las armas se olvidará enseguida y los Hermanos utilizarán esos vídeos per saecula saeculorum. Gracias Ministerio del Interior porque has hecho a los Hermanos el favor de su vida. ¿No ha habido armas y corte de calles en Tahrir a lo largo de dos años? ¿Entonces por qué yo? Es cierto que la postura de los Hermanos sobre la policía durante esos dos años fue radicalmente distinta: le pidieron que matara a quien se acercara al Ministerio del Interior, escuchamos aleyas sobre el castigo al corte de calles, abrazaron a la policía y a Interior, el piadoso presidente de barba les dio privilegios, armas y apoyo sin precedentes convirtiéndolos en socios del 25 de enero, y sus partidarios corearon en sus famosas congregaciones al por mayor: «Golpea Mursi, que estamos contigo». Pero eso fue cuando Interior les pertenecía. Los asesinos de hoy son los socios de ayer y ese lema, «Golpea Mursi, que estamos contigo», podría haber dado paso a un acción contra las masas desesperadas que no lograron destituirle el 30/6, y sus periodistas y canales podrían haber dado la noticia de que la protesta de Tahrir había sido dispersada por la fuerza porque solo se trataba de matones que querían aterrorizar a la nación. Pero los Hermanos, cuando se manifiestan, lo hacen por un motivo más elevado que la nación: por la victoria del islam y, por descontado, de la legitimidad y la democracia. Y no importa si para ello se viola varias veces la legitimidad y la democracia. Poco importa que se asediaran las instituciones y que se disparara y asesinara a los manifestantes no pacíficos de Al Ittihadiya «armados con quesitos, los asquerosos…». No importa la Constitución que se escribió en una noche porque «es la mejor Constitución del mundo» y da al Ejército privilegios sin precedentes (y cuando Mursi vuelva nos desharemos de los sanguinarios militares y los sustituiremos por líderes nacionales de los Hermanos que puedan usar esos privilegios en su lugar).
«Qatar distorsionando a los Hermanos Musulmanes». Caricatura de Awad publicada en Al Shuruq, 26/08/2013
Intento trasladar mi simpatía por los Hermanos a la gente que tengo alrededor y que se den cuenta de la terrible cifra de muertos de Rabea al Adauiya, de la tribuna de Medinat Naser y de la sede de la Guardia Republicana pero, lamentablemente, ellos se centran en cosas insignificantes como los ciudadanos asesinados, aterrorizados o torturados por los Hermanos, aunque estos dicen que todos ellos eran matones y entonces tenemos que creerlos. Cuando intento hacer ver a mis amigos que los manifestantes de los Hermanos han sido tratados de un modo estúpido y que no debemos dejarnos arrastrar hacia este odio que está siendo alimentado, me gritan a la cara la cifra de ciudadanos asesinados en las provincias y de los soldados muertos en Sinaí (…) y otro me grita en la cara el número de iglesias que han sido quemadas. Pero ya está, yo creo a los Hermanos Musulmanes y a Al Yazira, sé que los que quemaron las iglesias fueron los mismos coptos. Los Hermanos no sienten ningún odio hacia ellos (…)
La verdad es que tengo dificultades para defender a los Hermanos delante de mis amigos porque lamentablemente son víctimas del continuo lavado de cerebro que están haciendo los medios de comunicación. Por desgracia mis amigos no pueden entender el altísimo objetivo de la defensa del islam y la sharía (…) Desafortunadamente se han convertido en unos neofascistas que quieren aniquilar a los Hermanos y que creen que acabar con ellos para siempre es cuestión de días (…) Parece que la única opción es la de unirse a los Hermanos hasta que derroquemos al Ejército, a Interior, al Estado profundo y a todos los que han contribuido con estupidez y racismo a que lleguemos a la situación de lucha interna en la que nos encontramos. La solución son los Hermanos, con su Estado islámico y con sus principios cambiantes en función de los intereses del grupo y de la interpretación de la religión a su antojo (…)
*El titular del artículo parafrasea el refrán árabe «masaib qaumi anda qaumi fauaid» es decir, las desgracias de un pueblo son ventajas para otro.
Golpe de Estado vs terrorismo
Traducción: Mónica Carrión
Al Masri al Yaum, 21/08/2013
Amer Ezzat
Un amigo me cuenta el enfrentamiento que tuvo lugar en la mezquita de al lado de su casa después de la oración del viernes al escuchar los fieles cómo el imam maldecía a los «injustos»: «¿A quién te refieres? ¿Al Ejército o a los Hermanos?». Y tras una discusión rápida llegaron a las manos, a los pies, a los zapatos, a las chanclas. Exactamente como ha sucedido decenas de veces en mezquitas de El Cairo y de las provincias: al imam se le tira del púlpito cogiéndole por la galabiya o «se le agarra del cuello» en cuanto acaba el sermón porque hay dudas sobre a quién representa. Otro amigo me dice que se ha marchado de casa porque su padre es de los Hermanos y se pasa el día llamándole golpista, responsabilizándole de la muerte de los suyos, gritándole: «¿En esto consiste la delegación del poder a los militares, Hammuda?». Otra amiga está pensando irse de casa porque su madre es una enamorada de la «delegación» y quiere usar la sangre de los Hermanos Musulmanes como salsa para los macarrones. Sin olvidar al hombre que salió a la terraza gritando: «¡Lo que les está pasando a los Hermanos es pecado, haram, haram!» mientras su mujer le chillaba desde dentro: «¡Venga, entra y no nos pongas en evidencia! ¡Bendita la desgracia que acabe contigo y con los Hermanos en una sola noche!». A lo que hay que añadir las tropas fervorosas del islam que han atacado iglesias en varias provincias durante todo un mes y a los que se han vengado asaltando casas y locales propiedad de los Hermanos en otras tantas provincias. Y en medio de todo esto escucho a una persona llamada Mustafa Hegazi, supuestamente egipcio porque desempeña el cargo de asesor político del presidente interino, Adli Mansur, pero que no parece vivir aquí porque dijo en la televisión que «los egipcios nunca han estado tan unidos como ahora» (…) Un problema más complejo que la visión del asesor del señor Adli es que hay un gran número de crédulos egipcios afectados por la misma ceguera –o por el deseo de hacerse los ciegos- que sufre el asesor del que hablamos, y que les impide ver los detalles de lo que está pasando en la calle, y sufren una especie de excitación sexual ante el lema «Egipto combate el terrorismo» que ha popularizado el departamento de propaganda de las Fuerzas Armadas y los aparatos de seguridad y que aparece fijo en el ángulo superior izquierdo de la pantalla de las televisiones estatales (…) Y, graciosa casualidad, es la misma ceguera y la misma excitación de los crédulos simpatizantes de los Hermanos y de las corrientes autoritarias islámicas que solo se ven a sí mismos en las calles y en los medios de transporte, que creen que todo lo que ha sucedido en Egipto es que el general Al Sisi se levantó una mañana, le recorrió un escalofrío naserista mezclado con un odio repentino al islam y decidió dar un «golpe de Estado» para apoderarse por la fuerza del poder de los Hermanos.
Caricatura de Muwafaq Qat publicada en Al Arab, 20/08/2013
Quienes creen y difunden la idea de que lo sucedido en Egipto es solamente un «golpe de Estado» dado por el jefe del Ejército, y la convierten en el titular de su movilización, «el pueblo contra el golpe de Estado», son unos crédulos o faltan a la verdad que no ven a sus socios (o a sus enemigos) en la sociedad ni tampoco dieron importancia a sus protestas en la calle porque creían que esas multitudes solo eran extras de cine o miembros de la seguridad de paisano o rebaños movilizados por los servicios secretos.
Quienes creen y promocionan la idea de que lo sucedido en Egipto es mero «terrorismo» de grupos armados y de una organización que mueve a millones de personas a través de la hipnosis, son unos crédulos o faltan a la verdad que no ven a sus socios (o a sus enemigos) en la sociedad, que piensan que existe algo llamado «el éxodo de los Hermanos de Egipto» y que los aparatos de seguridad pueden tratar a millones de partidarios de una corriente política y religiosa, aunque sea criminal o esté venida a menos, con ese nivel de sanguinolencia y de frivolidad, sin ver las repercusiones de la decisión más loca de la historia de Egipto: la de dispersar las protestas de Rabea al Adauiya y Al Nahda provocando la mayor matanza perpetrada por la ya de por sí asesina policía egipcia a lo largo de su sucia historia en colaboración con el Ejército y con la complicidad del gobierno.
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