El revuelo provocado por la decisión del Istiqlal de retirarse precipitadamente del gobierno se ha quedado en «poco ruido y muchas nueces». Está claro que la retirada no va a producirse, por no decir que es imposible que se produzca por dos razones. En primer lugar porque la decisión de retirarse, la participación en los gobiernos o las dimisiones no son una decisión soberana e independiente de partidos y ministros, sino una decisión del rey que sigue siendo quien nombra, destituye, bendice y se enfada. Quizás lo más importante que ha destapado esta «crisis» es la limitación o la falsedad del discurso de las reformas constitucionales en las que se ha gastado mucho dinero del pueblo. Esta «crisis» (y entrecomillamos la palabra porque es una crisis ficticia) ha dejado claro que el rey es el actor principal en el cuadrilátero político, y que es más que un árbitro pues es quien toma las decisiones en el vértice de la pirámide del Estado e incluso en el seno de los partidos políticos. El propio Shabat, secretario general del Istiqlal, que critica a Abdelilá Benkirán, presidente del gobierno, acusándole de ser incapaz de ejercer «sus competencias» y de dejárselas al rey, está delegando en el rey «sus competencias» como secretario general del partido en el momento en el que se ampara detrás de uno de los capítulos de la Constitución pidiendo socorro al monarca para que decida en lugar del partido, de su aparato y de su secretaría general, lo que supone una innovación (bidaa) sin precedentes. Lo que está claro es que la decisión tomada por el rey (que los ministros del Istiqlal se queden en el gobierno) es la decisión que va a ser aplicada, la decisión que va a ser tomada por el monarca cuando mañana regrese de un viaje privado. Será la decisión aplicable y el partido, su aparato y su secretaría general tendrán que aceptarla sin votación y bendecirla con aplausos y aclamaciones, lo que significa que el Istiqlal (partido cuyo nombre significa «la independencia») ni decide ni es independiente.
La segunda razón es que el Istiqlal no puede vivir fuera del gobierno pues de éste deriva su fuerza y los medios con los que moviliza a «sus bases» y mantiene «su maquinaria» electoral. La única vez en la larga historia del partido en la que estuvo en el desierto de la oposición (durante diez años aproximadamente, desde el final de los ochenta hasta su participación en el gobierno de alternancia de 1998) perdió fuerza, lo que se reflejó en sus resultados electorales de los años noventa y lo que le obligó a aliarse con su adversario histórico, la USFP, y con su sindicato en el llamado Bloque Democrático para poder mantener su cohesión hasta cruzar el árido desierto de la oposición.
Durante esta «crisis» se han hecho circular discursos completamente falsos, como que la decisión del partido ha sido una decisión «democrática» tomada por el aparato del partido de acuerdo a sus democráticas reglas internas. Esto es mentira porque la decisión del partido estaba ya lista y los miembros del Consejo Nacional solo tuvieron que darle la bendición y aceptarla sin someterla a votación. De lo que no se han percatado quienes siguen el caso es que la decisión, a pesar de su importancia para la historia del partido, no ha sido sometida a votación y ha recibido «el visto bueno» por consenso y con aplausos a pesar de que la víspera de la celebración del Consejo Nacional voces del partido se declararon en contra de retirarse del gobierno aunque su eco se perdió en medio del coro del consenso preparado y programado u «orquestado» como dicen los propios istiqlalíes.
El segundo discurso que ha sido promovido es el de que el partido y su aparato y todas sus herramientas de explotación se someten a reglas democráticas, la mayor falacia de la historia de este partido que se autoproclama democrático porque ya sabemos que el Istiqlal a lo largo de su historia se ha construido sobre «fidelidades». Antaño, se era fiel al líder y ahora «se adula» al secretario general. El aparato del partido, concretamente su «parlamento» o Consejo Nacional, que es el encargado de tomar las grandes decisiones en su nombre, es lo menos parecido a una institución democrática: no tiene un número fijo de miembros (aunque son cerca de mil, es decir, que tiene más miembros que el Parlamento del Partido Comunista chino) ni éstos se someten a elección sino que son nombrados por los inspectores provinciales del partido según un sistema de cuotas que a su vez está supeditado a equilibrios de fuerzas personales dentro del partido determinados por el poder de la persona en su zona, su riqueza, su cercanía al poder, su fidelidad a la cúpula ejecutiva del partido, etcétera. Los miembros de este aparato, es decir, del Consejo Nacional, son los que controlan en los congresos del partido y determinan las grandes decisiones, es decir que son «el partido», un partido que no tiene extensiones populares sino intereses con los que compra lealtades a través de una red compleja de relaciones extendida por el aparato del Estado que emplea el potencial del este y los mecanismos, posibilidades e influencias del poder para mantenerse y ampliarse. Por eso la permanencia del partido en el gobierno es necesaria, para su supervivencia y continuidad, porque es lo que le da esa red: su eficacia, su fuerza, su vitalidad y los medios para explotarla a nivel material y simbólico.
Ahora falta la pregunta principal sobre el porqué de inventarse esa «crisis». Y ese es el quid de la cuestión porque como dice el refrán, «sabida la causa, se acabó la sorpresa». Aparentemente, a través de las declaraciones de la cúpula del Istiqlal y de sus memorandos al presidente del gobierno, el partido se ha rebelado por el control que ejerce el presidente del gobierno y su monopolio de las decisiones del ejecutivo, por su floja actuación y sus decisiones desacertadas y por último, por la impopularidad de las decisiones tomadas por el ejecutivo. Pero la verdad, lo que no se dice, es que Shabat quiere volver a repartir «el pastel» del gobierno para ponerlo al servicio de intereses personales y del partido. A Shabat le precedió en esta «maniobra» su antecesor en la secretaría general del partido, Abbás al Fasi, quien levantó la voz para criticar al gobierno de Abderrahmán Yusfi en el que participaba el Istiqlal: en la primera enmienda de ese ejecutivo se metió Abbás al Fasi como ministro de Empleo tragándose su larga lengua para siempre. Estaba y estoy convencido de lo que se dice, de que el nombramiento de Al Fasi como primer ministro en 2007 no fue sino un castigo real colectivo contra más del 67% de los votantes registrados en las listas (sin contar a los no registrados) por boicotear los comicios de esos años en los que hubo una gran abstención.
Por eso cuando consideramos la historia reciente del partido, redescubrimos la falsedad de esos argumentos que ofrece el partido y su cúpula para defender lo acertada que es su decisión. El partido dirigió la anterior experiencia gubernamental y su exsecretario general Abbás al Fasi decía que el programa de su gobierno derivaba de las «directrices reales» pero no oímos a ninguna voz del partido criticar la débil personalidad del ex primer ministro. Antes del gobierno de Abbás al Fasi, el líder del partido se sentaba en un asiento semivacío (el de ministro de Estado sin cartera) dentro del gobierno «nombrado» de Driss Yettú, y no oímos voces críticas al respecto dentro del Istiqlal, partido que ahora critica al presidente del gobierno «elegido» por quienes votaron en las últimas legislativas. Tampoco debemos olvidar que sobre el Istiqlal, que ahora se autoproclama defensor de los desempleados y del poder adquisitivo de los ciudadanos, pesa un gran escándalo que supuso el desahucio de 30.000 familias marroquíes y provocó seis suicidios: el escándalo de la empresa An-Najat del que fueron responsables el exsecretario general del Istiqlal y sus profesionales dentro de la administración (de la Agencia Nacional para la Promoción de Empleo y Competencias, ANAPEC). Tampoco podemos olvidar que el partido que hoy acusa al presidente del gobierno de ser incapaz de luchar contra la corrupción está defendiendo a supuestos corruptos como Yasmina Badu (y su exsecretario general sospechosos de especular con dinero de vacunas para niños y que ahora son dos miembros con poder de decisión en el comité ejecutivo del partido cercanos a su secretaría general) y Karim Galab, exministro de Equipamiento y Transporte (y los acuerdos de los radares que controlan la velocidad en las carreteras). Ambos políticos dirigieron sectores importantes durante dos mandatos gubernamentales y detrás de ellos hay muchos escándalos que aún están sin destapar lo que les obliga a parapetarse tras los discursos de su populista líder para defenderse de cualquier ataque. Y no podemos olvidarnos de otros miembros a los que el actual secretario general ha metido en el comité ejecutivo por intereses mutuos: Shabat necesita de la influencia de estos en sus zonas y se deja comprar con dinero de origen sospechoso (pongamos, por ejemplo, a Hamdi Uld Rashid y a Fauzi Benalal) porque ellos necesitan protección política para sus intereses. A esto hay que añadir a miembros sin personalidad verdadera para los que el actual secretario general es solo un santo de su devoción (como Abdelqader Kaihal, Abdalá Baqali y Adel Benhamza). El resto son meras estructuras «carcomidas» que ni pinchan ni cortan, aunque no podemos olvidar la protección que le garantizaba y le sigue garantizando Shabat a Mohamed Faraa, expresidente de la Mutua General del Personal de las Administraciones Públicas (MGPAP), que fue condenado en firme a prisión por corrupción pero sigue moviéndose como Pedro por su casa ante el silencio de Benkirán, su gobierno y su ministro de Justicia.
Una gran parte de la crisis que sufre hoy Marruecos, el empobrecimiento de las clases populares y la agudización de la corrupción dentro del Estado y la sociedad, es resultado de la acumulación de años de gobiernos sucesivos en los que el Istiqlal ha participado o bien apoyando, o bien en posición de mando bajo la supervisión directa de Palacio cuyo señorío absoluto, corrupción y despotismo ningún miembro del Istiqlal se atreve a criticar.
La penúltima cuestión tiene que ver con el trasfondo de esta «crisis» y su relación con la nueva cúpula del partido. ¿Es una cuestión personal del secretario general del Istiqlal que quiere probarse a sí mismo e imponer su personalidad? ¿O es que el partido se prepara para explotar su posición dentro del gobierno y emprender una guerra desde dentro en representación de frentes con poder a los que desea satisfacer? ¿O es tan solo el reflejo de maneras populistas de gestionar las diferencias políticas a través de «subastas» y de «retorcer brazos», unas maneras que ya probó Shabat cuando era secretario general del sindicato de su partido para imponer sus condiciones como sindicalista, y ahora querría probarlas como político? ¿O todas estas posibilidades se han ido acumulando quedando enredadas y el Istiqlal se encuentra así, como está ahora, en una posición nada envidiable ni fuera del gobierno ni retirado de él, parado como «el burro del sheij en una cuesta»?
¿Por qué se ha inventado el Istiqlal esta «crisis»? ¿Se ha visto obligado a inventársela? ¿Quién saca partido de todo esto? La respuesta a la primera pregunta debemos buscarla en las declaraciones del propio Hamid Shabat quien, cuando le traiciona la lengua, acusa al PJD de «tunecinizar» o «egipcianizar» Marruecos, y ese no es el discurso del Istiqlal, sino el reflejo de un discurso oficial previo a la primavera democrática que han vivido Túnez y Egipto, y que veía en todo «islamista» una amenaza para «la estabilidad» y un «terrorista». Es posible entender por qué Shabat toma prestado este discurso oficial: porque cree que tal vez así esté prestando un servicio al dueño de ese discurso oficial. Y lo que le pone en esa situación de debilidad de ofrecer sus servicios son sus problemas personales (los informes del Consejo Regional de Cuentas sobre la ciudad de Fez de la cual fue alcalde, y que desvelan irregularidades económicas y mala gestión), y sus problemas familiares (la causa abierta contra dos de sus hijos por delitos de drogas y falsificación). No es la primera vez que Shabat dice estar dispuesto a ponerse al servicio de los frentes que lo protegen. Hizo lo mismo en 1991 cuando estalló la revuelta de Fez y Shabat fue puesto en libertad a los pocos días de ser detenido, aunque no el resto de sindicalistas y personas detenidas. Entonces «lo recogió» la autoridad, representada por el Ministerio del Interior en la era de Driss al Basri, para sacar brillo a su imagen, reforzar su poder dentro de su ciudad, su sindicato y su partido, y hacer de él lo que hoy es.
La «crisis» actual ha debilitado a los dos partidos, al Istiqlal, que ha puesto de manifiesto que su independencia para tomar decisiones y maniobrar es limitada, y al PJD, que acepta ir con una mayoría aherrojada por todas partes en cuyo zapato hay una gran china llamada Hamid Shabat que lo hace sangrar, lo molesta, y debe soportar el dolor y seguir tropezando hasta quedar agotado y sin fuerzas.
El primer beneficiario de todo esto es el Palacio. Los síntomas de esta «crisis» han demostrado su poder y la necesidad que el Estado tiene de él para garantizar «continuidad» y «estabilidad»; también ha demostrado que no necesita de la existencia de «los partidos» ni de sus peleas de chiquillos carentes de una mínima profundidad intelectual. Ese es el discurso político que promociona el régimen, que adopta parte de la clase política y sectores de la élite de la sociedad y de sus intelectuales: que es necesario que la monarquía en Marruecos sea una monarquía ejecutiva e incluso autoritaria y represiva si es necesario.
Quien sale perdiendo en esta mala pieza teatral es la política en su noble concepto, pues las repercusiones y reacciones de todo esto en los actores políticos harán aún más profunda la brecha que separa a la gente de la política y agravará la falta de confianza en lo que quede de acción política verdadera y noble. Y tras la política la gran perdedora es la nación, víctima de esos partidos y de esos políticos.
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