Texto de Darín Humani publicado por Diffa Zaliza, 27/09/2020
Traducción de Ibrahim Rifi
El nombre del caricaturista Nayi al Ali surge a poco que hurguemos en el mundo de las caricaturas árabes. El enorme legado que son sus dibujos ha llegado a nuestras manos, pese a que las consecuencias de su trabajo para él fueron nefastas. Nayi al Ali fue un dibujante palestino, probablemente el más conocido y respetado de todo el mundo árabe. Famoso por su crítica política a los regímenes árabes e Israel, murió asesinado en Londres de un disparo en el cuello. Hablar en voz alta se paga caro en el mundo árabe. Ya no queda lienzo apto para dibujar ni periódico que anime a la crítica política. El caricaturista es amenazado hasta acabar con su último yo artístico y considerado culpable hasta que se demuestre lo contrario. Las autoridades le perseguirán por su trabajo hasta que deje de dibujar, hasta que sus dibujos dejen de ser dibujos y se conviertan en un canto sin voz con una letra sin sentido.
El pasado mes de agosto, el caricaturista jordano Emad Hayyach fue arrestado durante días por el Tribunal de Seguridad del Estado en Ammán bajo la acusación de “perturbar las relaciones con un país hermano” a raíz de una caricatura que publicó en las redes sociales después de que Emiratos Árabes Unidos firmara el acuerdo de normalización de relaciones con Israel. El arresto de Hayyach no es el primero de un caricaturista árabe, lamentablemente muchos otros le precedieron.
En el año 2019 Abdelhalim Yaser fue arrestado por las autoridades iraquíes por sus caricaturas satíricas. En 2016 la policía egipcia arrestó a Islam Gawish acusado de burlarse en sus caricaturas del presidente egipcio Abdelfattah al Sisi. En el año 2012 las autoridades sirias arrestaron a Akram Raslán por sus dibujos críticos con el régimen de Bashar al Assad; murió en prisión en 2015 después de que su salud se deteriorara tras haber sufrido horribles torturas. Ali Ferzat, dibujante sirio y presidente de la Asociación de Caricaturistas Árabes, fue agredido en 2011 por atacantes desconocidos que le rompieron varios dedos de las manos. En 2009 los servicios de seguridad iraquíes arrestaron al dibujante Salmán Abd Saadawi bajo el cargo de exceder la libertad de expresión en sus obras. No añadiremos otros nombres de personas que fueron arrestadas, encarceladas y asesinadas bajo tortura. La lista es larga y sigue actualizándose muy tristemente.
Pese a que la violencia y la represión de la libertad de expresión sean especialmente comunes en el mundo árabe, en otros lugares del planeta, no árabes, también se producen con frecuencia otro tipo de ataques a los caricaturistas críticos con el poder. En julio de 2019 el caricaturista canadiense Michael de Ader fue despedido del periódico de New Brunswick donde trabajaba después de publicar una caricatura sobre el presidente de los Estados Unidos Donald Trump. En abril del mismo año, The New York Times se disculpó por una caricatura en la que aparecía Trump con gafas de sol, como si fuera ciego, guiado por un perro que representaba a Netanyahu y que llevaba una estrella de David alrededor del cuello. El periódico dijo en su disculpa que despediría a los dos ilustradores que habían realizado el dibujo
Sobre el ataque al arte de la caricatura hemos entrevistado a varios caricaturistas de diferentes partes del mundo árabe: Emad Hayyach de Jordania, Abdelhalim Hammud de Líbano, Raed Jalil de Siria, Samir Abdelgani de Egipto, Taufiq al Watani y Abdelgani Dahduh de Marruecos, Bashir Bin Ezzah de Argelia y Rashid al Rahmuni de Túnez. Les hemos preguntado por la realidad de la caricatura en el mundo árabe, los obstáculos a los que se enfrentan y que limitan su libertad y cómo hacen para evitar los problemas con el poder.
Emad Hayyach cuenta que la caricatura árabe vive una circunstancia excepcional y crítica en estos tiempos. Afirma que “el arte de la caricatura está sufriendo dificultades en los espacios editoriales debido en parte a la crisis del periodismo en papel y a las líneas rojas y diversas formas de censura oficial y social a la que está expuesta. Tampoco hay financiación lo que no sucede con otras formas de arte y eso se debe a que es un arte belicoso contra la autoridad. Eso, por un lado y por otro está la constante represión de todo tipo que sufren los dibujantes árabes”.
Hayyach añade que “a pesar de ello, los dibujantes árabes todavía se atreven a criticar la política a través de las redes sociales, consideradas la última trinchera de la caricatura. En ese espacio los caricaturistas dan rienda a su creatividad para criticar nuestra mala situación política pese a que en las redes también nos topamos con las leyes de ciberdelincuencia y ejércitos de moscas electrónicas que intentan acabar con esa libertad que todavía está a nuestro alcance para hacernos retroceder décadas y que la caricatura se coloque en la esquina de la crítica política y quede relegada a la crítica social inocente o a la caricatura deportiva, algo que no vamos a aceptar. Uno de los derechos humanos elementales es el derecho a criticar nuestra realidad con nuestras caricaturas”.
Abdelhalim Hammud aprecia el papel de las redes sociales que han conseguido darle al dibujante el espacio de libertad que necesitaba y que no encontraba en el tradicional periodismo de papel. “Los dibujantes nos hemos beneficiado de la libertad de publicar nuestras obras gracias al boom de internet y de las redes sociales”. Pero afirma, que no debemos caer en la trampa de creer que en lo digital hay libertad absoluta, pues mientras que la caricatura en los medios de papel tradicionales está supeditada a la línea editorial del medio, la caricatura en sitios web está supeditada a los dictámenes de los financiadores, limitando en buena parte la voluntad crítica del dibujante y engañando así a la opinión pública. Según Abdelhalim Hammud “en el mundo de la caricatura, siento un grandísimo aprecio por Nayi al Ali, quien ejerció una libertad de expresión que provenía de la esencia de su convencimiento de las injusticias que vivió y que seguimos viviendo, y pese a la represión de la que fue víctima nunca perdió el norte y eso le costó la vida”.
Por su parte, Raed Jalil afirma que el orgullo del caricaturista se despierta cuando personas influyentes critican su pequeña arma. La relación del caricaturista con las autoridades es muy compleja ya que la caricatura suele ser expresión del odio extremo por el estado de tiranía y opresión. Jalil afirma que la caricatura es un arte no domesticable, y la solución que queda, a los ojos de la autoridad, es usar la orden de arresto y tal vez la liquidación física de cualquiera que sobrepase las interminables líneas rojas.
Dahduh cree que la Primavera Árabe no logró inyectar aire fresco en la vida política árabe, con la excepción de la experiencia huérfana de Túnez. Comenta que la situación se ha deteriorado significativamente, el autoritarismo ha recuperado el control y se han eliminado todas las formas de oposición política. Dahduh cree que, pese a que hoy estamos viviendo al ritmo de una revolución digital que ha cambiado mucho las cosas sobre el terreno dando a los dibujantes una salida para hacer llegar sus mensajes satíricos, “no hay que olvidar que eso está sucediendo ante los ojos de las autoridades y bajo su supervisión». Dahduh concluye con semblante de tristeza: «A nivel mundial, el ascenso de la derecha aquí y allá ha supuesto un gran respaldo moral para el autoritarismo árabe, y las voces que piden apoyo a la democracia y derechos humanos se han atenuado, lo que ha resultado en nuestra situación actual extremadamente frágil”.
Todos los dibujantes coinciden en que tienen que ir muy lejos para encontrar el aire necesario para respirar. Sus condiciones y sus realidades deben ser denunciadas a través del arte de la caricatura pese a todas las adversidades y peligros, y no debe convertirse en un arte vacío y sin sentido como quieren las “bestias oscuras” que gobiernan la región.
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