Se ha hablado mucho sobre el robo y destrucción de obras de arte y piezas arqueológicas durante los recientes conflictos en países árabes, pero en este artículo lo que nos cuenta la periodista Olivia Snaije es cómo tres dictadores árabes moldearon la identidad nacional y el culto a su personalidad aprovechando el patrimonio cultural e histórico de sus países.

Olivia Snaije, publicado originalmente en New Lines Magazine, 15/10/2021.

Iraq, Siria y Libia tienen un extraordinario patrimonio de antiguos enclaves arqueológicos, muchos de los cuales se encuentran en peligro, y han tenido en común dictadores de larga duración (aunque en el caso de Siria, por supuesto, el régimen de Al Asad continua) que usaron su patrimonio cultural de diferentes maneras para definir cómo veían sus naciones. (…)

Saddam Husein, Hafez al Asad y Muammar al Gaddafi llegaron al poder entre finales de los años 60 y la siguiente década y gobernaron 24, 29 y 42 años respectivamente. Y aunque estuvieron inspirados por el panarabismo, lo desarrollaron a su manera. 

Saddam y Al Asad reconocieron el valor del patrimonio arqueológico de sus países y lo adaptaron para que se ajustara a sus interpretaciones de lo que pensaban que el partido socialista Baaz debía ser. Ambos procedían de minorías (Sadam era musulmán suní en un país de mayoría chií y Al Asad era alauí en un Estado de mayoría suní) por lo que vieron necesario unir a población de diferentes creencias y para ello usaron un paisaje y un pasado encapsulado en enclaves arqueológicos. 

En un ensayo publicado en 2008 en Journal of Social Archaeology, el arqueólogo iraní Kamyar Abdi citaba textualmente palabras de Saddam en un discurso ante arqueólogos iraquíes poco después de su llegada al poder: “El Departamento de Antigüedades es vuestra responsabilidad, sobre todo de quienes sois expertos. Ese departamento salvaguardia las antigüedades que son las reliquias más preciadas de los iraquíes, y que muestran al mundo que nuestro país, que vive hoy un renacimiento inusual, desciende de antiguas civilizaciones que contribuyeron en gran medida a la Humanidad y asentaron sus grandes hitos”. En los años de la llegada del Baaz al poder en Iraq, dice Abdi, el presupuesto de ese departamento ascendió un 80% y proliferaron las excavaciones y la rehabilitación de enclaves históricos.

En Siria también la promoción del sector de la arqueología por parte de Al Asad fue, como la describió el periodista Patrick Seale, parte del ejercicio de construcción de la nación. Stéphane Valter, un experto francés  en ciencias políticas especializado en cultura y civilización árabes, estudió la relación entre Al Asad y la arqueología siria en su libro “La construction nationale syrienne” (2002). Valter afirma que dada la frágil cohesión social en Siria derivada de la variedad étnica y religiosa de sus comunidades, para Al Asad fue importante establecer una identidad territorial e histórica en la que todas las minorías pudieran encontrar un lugar legítimo. La riqueza arqueológica de Siria ayudó sin duda a construir una identidad nacional basada en una cultura que fue promovida como auténticamente siria. 

La relación de Gaddafi con el patrimonio cultural libio fue bastante diferente y un reflejo de su “personalidad inestable”, según Mohamed Ali Fakroum quien nos habla desde Trípoli. Cuando terminó sus estudios en 1986, Fakroum comenzó a trabajar en el Departamento de Antigüedades de Libia. Recuerda estar en la inauguración del Museo Nacional de Trípoli en 1988, del que con el tiempo fue su director, y que Gaddafi recalara allí. Su visión del patrimonio libio era selectiva, pero como en el caso de los otros dictadores, se alineaba con el mensaje que quería trasmitir. 

“Libia unía este y oeste, norte y sur, y hay ejemplos de todas las culturas que nos rodearon”, indica Fakroun.

Pero Gaddafi favoreció sobre todo la arquitectura islámica, en armonía con su panarabista preferencia ideológica en ese momento (frente al panafricanismo que abrazó años después) y a continuación la prehistoria, periodo cuya lejanía en el pasado lo hacía relativamente incuestionable. El arqueólogo británico Graeme Barker, que pasó muchos años en Libia, explicó que “la fabulosa arqueología griega y romana del país representaba para Gaddafi simplemente la predecesora de la odiada colonización italiana del siglo XX”.

El día de la inauguración del Museo Nacional de Trípoli, cuando Gaddafi vio que el personal había denominado a algunas de las salas “griegas” y “romanas” frunció el ceño, recuerda Fakroum, “y nos hizo cambiarlas a “colonización griega” o “colonización bizantina””. 

“No se podía hablar de nuestro patrimonio amazigh ni de objetos tuareg, teníamos que decir que eran árabes. Queríamos ser científicos pero no podíamos porque la única etnia que había era la árabe” dice Fakroum. 

En el ensayo “Political Ruptures and the Cultural Heritage of Iraq” que aparecerá en la próxima publicación de la editorial Routledge, Handbook on Sustainable Heritage, los asesores culturales Rene Teijgeler y Mehiyar Kathem indican que el régimen del Baaz en Iraq perseguía “conectar el Iraq de hoy con su glorioso pasado mesopotámico, dejando de lado cualquier posible división suní-chií o étnica. El régimen destacaba que Iraq era una nación unida por una cultura conjunta de inspiración mesopotámica”. 

La obsesión de Saddam con el soberano y guerrero babilónico Nabucodonosor II está bien documentada. Durante su gobierno Iraq se vio inundado de posters de propaganda, murales y relieves esculpidos siguiendo el estilo de obras antiguas, y todas ellas retrataban a Saddam con gobernantes y símbolos mesopotámicos (…)

Título original: 

Archaeology Turns Political to Benefit a Trio of Middle East Strongmen, Olivia Snaije, New Lines Magazine, 15/10/2021

La arqueología convertida en política en beneficio de un trío de autócratas de Oriente Próximo, Olivia Snaije, New Lines Magazine, 15/10/2021

Traducido del inglés por Mónica Carrión.

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