Al Arab, 20/10/2017
A medida que se acerca el fin de la guerra contra el autoproclamado Estado Islámico parece más evidente la debilidad de la estrategia estadounidense para Oriente Próximo, que incluso Washington no puede influir en los conflictos más importantes de la región y se ve obligado a cooperar con Rusia, Turquía y hasta con Irán.
Esta debilidad ha recibido muchas críticas en EE.UU. El think tank Center for Strategic and International Studies (CSIS) ha señalado vacíos en las políticas de Washington en Oriente Próximo y pide una “reestructuración de prioridades” en esa zona para salir del círculo de confusión y de la falta de medidas decisivas. Este centro va más allá y habla de una “parálisis” que obstaculiza la consolidación de una política de seguridad nacional.
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La derrota del autoproclamado Estado Islámico en Raqqa, su ya ex bastión en Siria, plantea preguntas espinosas a las tropas estadounidenses que entrenan y arman a los combatientes vencedores, y que tienen que ver con el próximo paso a dar. Desde que EE.UU. iniciara a finales de 2014 sus bombardeos aéreos contra el autoproclamado Estado Islámico en Siria, y apoyase a las tropas de mayoría turca sobre el terreno, la administración Obama primero y la de Trump después han evitado abordar una estrategia a largo plazo y su intervención se ha centrado únicamente en combatir a los yihadistas.
Expertos que hacen un seguimiento del tema afirman que Washington ha perdido su efectividad en esta compleja crisis y no ha sabido gestionarla de forma adecuada optando por un discurso tibio y por ver la violencia en Siria solo desde un ángulo que es el de la operación antiterrorista. En este momento en el que el autoproclamado Estado Islámico está a punto de colapsar, Washington pretende impedir el surgimiento de una potencial alianza, pero esto exige una estrategia fuerte y global y, ante todo, capacidad para ponerla en marcha.
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