Abdelmayid Benjattab, profesor de derecho
Lakome, 29/05/2017
¿Quién no soñó en 2011 con un nuevo Marruecos que sentara las bases de una transición definitiva hacia la democracia? En un principio creímos que la nueva constitución supondría una ruptura legal y política con la concepción que el Estado tiene de sí mismo y de su espacio territorial. Creímos, tuvimos fe en una reconciliación del Estado con su dimensión territorial y, por consiguiente, con sus ciudadanos en contextos territoriales alejados de Rabat y de su administración central. Dimos nuestra bendición a esa obra institucional llamada “regionalización ampliada” que consideramos una pieza en el establecimiento democrático de un Estado de derecho y de las instituciones. Y tal vez lo que consolidó nuestra fe en esa idea fuese su vínculo constitucional con la idea de una democracia participativa que permite a los ciudadanos, en sus ciudades y pueblos, participar en la marcha de sus asuntos locales y poder dejar de decir aquello de “Fuimos a Rabat” o “Aún no nos han contestado de la capital”.
Y de repente hemos descubierto, con el movimiento Hirak al Rif, que solo estábamos soñando, que no sabíamos nada de la naturaleza de nuestro Estado jacobino, enfermo de centralismo, de unionismo, que reniega de la pluralidad espacial y humana de su entorno. Sí, hemos descubierto que nuestro Estado no ha cambiado nada de su sólida estructura centralista como no ha cambiado su visión de los márgenes. Sí, el movimiento Hirak al Rif ha demostrado que el Estado centralista de Marruecos solo trata con sus territorios a través de los mediadores de siempre y por ellos nos referimos a los notales, a los cargos administrativos y policiales, a algunas asociaciones de la sociedad civil sometidas a la lógica del juego a cambio de financiación, y a algunos partidos políticos que siguen viviendo al ritmo de los referentes tradicionales del movimiento nacionalista.
Pero lo más dañino es la campaña sistemática de desprestigio del movimiento rifeño y de su noble mensaje enmarcado en el devenir de la lucha hacia la construcción de un Estado de derecho, de unas instituciones democráticas en las que el ciudadano a socio y no alguien sometido a los poderes públicos. Los numerosos análisis y explicaciones de este movimiento del Rif, de su naturaleza y liderazgo, demuestran por lo general una ignorancia doble de la historia de esa zona, de los sufrimientos y esperanzas renovadas de sus habitantes, y además de la profundidad teórica de la sociología de los movimientos sociales a lo largo de la historia.
Desde un punto de vista puramente histórico, podemos decir que el Rif ha sido y sigue siendo una zona “damnificada” por su accidentada geografía, su densidad de población y su falta de recursos naturales, aunque su verdadero “mal” tiene que ver con la tensa relación que mantiene con el poder central desde finales del siglo XIX, situación que empeoró tras la guerra de liberación que lideró el luchador Abdelkarim al Jattabi. Todo el mundo está al tanto de la violencia de la colonización española en la zona, de las cicatrices históricas que dejó. También sabemos del desdén del Estado hacia el legado de Al Jattabi justo después de la independencia, cómo se fue deshaciendo paulatinamente de la lengua española y cómo trató a quienes hablaban rifeño desde finales de los cincuenta hasta finales de los setenta del siglo pasado. A los rifeños se les decía que sus derechos estaban vinculados en primer lugar al hecho de hablar árabe. También sabemos los rifeños de dentro y de fuera, la profundidad de la herida que dejó el año 1959, cuando la revuelta del Rif fue reprimida de forma salvaje. Todas las familias del Rif medio pagaron el precio de esa represión con los cuerpos de sus hijos presos o desaparecidos, por una parte, y con la marginación administrativa, económica y cultural que sufre la zona desde la independencia.
Desde un punto de vista científico, sabemos que los movimientos sociales no surgen de la nada, sino que son las respuesta organizada natural de cualquier grupo que, al tener unas demandas materiales y simbólicas que no son respondidas después de un tiempo, se impone a través de las protestas y la ocupación del espacio público para evaluar su fuerza organizativa efectiva frente a su fuerza virtual en las redes sociales; también este paso supone una oportunidad para explorar las oportunidades políticas que ofrece el régimen o para la coordinación política de cara a conseguir una respuesta a sus demandas.
Apoyándonos en todo lo dicho, podemos afirmar que el movimiento Hirak al Rif, con sus demandas sociales, su organización pacífica y su duración en el tiempo, no se sale de este marco. El movimiento rifeño no forma parte de las organizaciones políticas, sindicales y civiles tradicionales. Su referente no emana de ningún referente político determinado sino que abarca toda una gama de referentes desde la izquierda hasta el nacionalismo pasando por la ideología religiosa. Además usa nuevas formas de desobediencia civil nunca empleadas en Marruecos (las caceroladas, el uso de velas en las manifestaciones, el no choque con las fuerzas públicas insistiendo en el carácter pacífico de las protestas), unas técnicas para protestar conocidas en muchos países en los que ha habido una transición pacífica a la democracia, y que llevan una señal implícita a la apuesta por la presión de la calle para que el Estado central responda y se pueda tratar con él sin los mediadores tradicionales, como demuestra el deseo de la cúpula de preservar el prestigio de las instituciones públicas en las protestas pacíficas.
Muchos pueden argumentar, de manera bienintencionada o con mala sombra, que esto no niega la presencia de elementos, lemas e incluso consejos separatistas que quieren arrastrar al movimiento a un remolino de protestas en los que el listón se vaya elevando de forma paulatina hasta la demanda de la secesión del Rif. Y verdaderamente podría ser posible, pero hasta la fecha no hemos oído a los líderes del movimiento confirmar esa tendencia, sino todo lo contrario: han insistido en su carácter social y en sus demandas políticas que coinciden con todos los movimientos sociales de espíritu político centrados en la lucha contra la corrupción, la injusticia, las diferencias sociales, y en facilitar y humaniza el trato de la administración con los ciudadanos.
La acusación de separatismo que se hace al movimiento no es viable, de igual modo que la acusación de conspiración contra la unidad del Estado y sus símbolos es solo una obsesión del Estado central, por otra parte legítima si tenemos en cuenta la historia del Estado marroquí resumible en la historia de la lucha contra la desintegración y la secesión.
¿No es posible crear un nuevo discurso político que considere a los movimientos de protesta pacíficos mecanismos sociales no institucionales para la participación política de los ciudadanos? ¿No pueden ser vistos como una oportunidad de reforma política o institucional en lugar de considerarlos una señal de crisis? ¿No podemos pensar que esos movimientos son formas de expresión no convencionales, y como tales, deben recibir un trato integrador, ser escuchados en lugar de reprimidos y satanizados? ¿El Estado no necesita revisar las vías de mediación con su territorio? Si Marruecos pudo durante los sesenta años que siguieron a su independencia crear instituciones fuertes y estables ¿No es el momento de construir la confianza en esas instituciones? ¿De qué sirven las instituciones públicas si no tienen la confianza de los ciudadanos ni la legitimidad social necesaria para su sostenibilidad?
Viñeta de Omar Abdalat
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