Los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo figuran entre los países con las emisiones de CO2 per cápita más elevadas del mundo. En la batalla en curso por la descarbonización de la economía mundial, las petromonarquías del Golfo promueven objetivos de neutralidad carbónica sin por ello abandonar la exportación de hidrocarburos.

Refinería de petróleo en la nueva ciudad industrial de Al-Jubail (Arabia Saudí) Giuseppe Cacace/AFP Traducido del francés por Ignacio Mackinze.

Artículo original de Sebastián Castelier, traducido del francés por Ignacio Mackinze y publicado en Orient XXI. 

A contracorriente de la opinión internacional, el príncipe Salmán bin Abdulaziz asegura que extraerán de la tierra “cada molécula” de los 297.000 millones de barriles de crudo que yacen en el subsuelo saudí. El ministro de Energía de esa monarquía hereditaria, que actualmente provee cerca del 10% del petróleo crudo consumido en el mundo, ambiciona que Arabia Saudita mantenga el liderazgo en los mercados energéticos, y para eso llegó a solicitar a los científicos de Naciones Unidas el retiro de un llamamiento a la “eliminación progresiva de los combustibles fósiles” de un informe climático publicado a mediados de 2021. Y durante el lanzamiento de una “iniciativa verde” saudí, Salmán Bin Abdulaziz justificó que su próximo vehículo personal “sin duda” no será eléctrico afirmando: “Debo mantenerme fiel a mis convicciones”.

Sin embargo, a pesar de un posicionamiento sin ambigüedades a favor de la continuación de la dependencia del petróleo, Arabia Saudita, como las otras petromonarquías del golfo Arabo-Pérsico, busca sacar ventaja de la aparición de la economía descarbonizada. En 2019, el fondo de inversión estatal saudí (Public Investment Fund) adquirió dos tercios del capital del fabricante de vehículos eléctricos de alta gama Lucid Motors. La empresa estadounidense anunció la apertura en el reino en 2024 de una fábrica que abastecerá un mercado local de 35 millones de habitantes que aún carecen de vehículos eléctricos. La red de puntos de recarga es casi inexistente, y los permisos necesarios para importar vehículos eléctricos se emiten con cuentagotas.

En línea con un posicionamiento asumido que juega a dos bandas, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) se comprometieron antes de la 26ª conferencia anual de la ONU sobre el clima (COP26) a alcanzar la neutralidad de carbono en 2050, una novedad para un petroestado de Oriente Próximo. Siguiendo sus pasos, Arabia Saudita y Bahréin apuntan actualmente a lograr la neutralidad carbónica para 2060 y se sumaron a los más de 130 países determinados a controlar sus emisiones de gases de efecto invernadero. “Es una decisión que cambia la situación, que cambia la historia”, celebró Patricia Espinosa, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CCNUCC). Cabe destacar el silencio de Kuwait, Omán y Catar. El organizador de la Copa Mundial de Fútbol 2022 promete sin embargo un torneo neutro en carbono, sin detallar el modo de lograrlo. «Según las conversaciones que he mantenido con los funcionarios, veo que no están totalmente dispuestos a adoptar un plan de ‘cero emisiones netas’”, revela Sayeed Mohamed, especialista de políticas ambientales y director de estrategia en la ONG catarí Movimiento de Jóvenes Árabes por el Clima (Arab Youth Climate Movement).

Diez mil millones de árboles en Arabia Saudí

“Ya es importante de por sí que se tenga el objetivo de ’cero emisiones netas’, sea en el caso de los Emiratos Árabes Unidos, China o Estados Unidos, y luego vendrá el debate evidente sobre la credibilidad de ese objetivo cero y sobre el modo de alcanzarlo”, analiza Asaad Razzuk, empresario británico-libanés radicado en Singapur y especialista en energías renovables. Pero también se han alzado voces para cuestionar el movimiento de neutralidad de carbono al que se viene sumando una cantidad creciente de Estados y de empresas de todo el mundo. En un tuit publicado durante la COP26, Greta Thunberg expresó su sorpresa por las estrategias de compensación de los gases de efecto invernadero que han sido propuestas. Para la activista sueca, esas estrategias equivalen a un permiso para contaminar, en lugar de una reducción de las emisiones generadas por la actividad humana: “Los contaminadores, aprovechados, consideran la compensación como su ‘tarjeta gratuita de salida de prisión’ en el juego climático”.

En efecto, si bien la neutralidad de carbono implica una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, significa sobre todo la compensación del carbono que se sigue emitiendo, en particular por medio del almacenamiento en formaciones subterráneas o de soluciones naturales, como los bosques. “Esos árboles no van a aspirar el dióxido de carbono inmediatamente. Es un hábitat natural, lleva cierto tiempo hasta que crezcan y empiecen a absorber el dióxido de carbono”, matiza Sayeed Mohamed en relación al proyecto presentado por Arabia Saudita de plantar diez mil millones de árboles a lo largo del país en las próximas décadas, ahorrándose al pasar la delicada cuestión de replantear profundamente un modelo de sociedad carbonizada que la población local tiene en estima.

Los países del Golfo todavía no presentaron su hoja de ruta para alcanzar el objetivo de neutralidad de carbono, pero la compensación debería jugar un papel central, lo cual está en línea con el enfoque de Arabia Saudita, que se niega a ver el petróleo como un enemigo y prefiere hacer campaña por la compensación. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE) –un organismo que durante mucho tiempo ha estado cerca de los grupos petroleros–, la neutralidad de carbono para el año 2050 es compatible con los esfuerzos que apuntan a limitar el calentamiento del planeta a +1,5ºC en comparación con la era preindustrial.

Un consumo energético fuera de serie

En materia energética, los seis países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) cuentan con un amplio potencial de mejora. En efecto, al día de hoy registran uno de los consumos energéticos per cápita más elevado del mundo, en particular debido a la omnipresencia de acondicionadores de aire para aislar a los habitantes de los tórridos calores estivales, que con frecuencia superan los 50ºC. Y esos aparatos funcionan gracias a una corriente eléctrica contaminante: a pesar de una tasa de insolación generosa, en 2018 Arabia Saudita solo produjo el 0,04% de su electricidad a partir de energías renovables. La monarquía sigue siendo uno de los últimos países del mundo en producir más del 40% de su electricidad en centrales eléctricas que funcionan a petróleo y, para saciar sus necesidades energéticas domésticas y hacer funcionar sus fábricas de desalinización de agua de mar, cada día devora tres millones de barriles de crudo, la misma cantidad que Brasil, un país con una población que sextuplica la saudí.

Ante la caída de los costos de producción de la electricidad renovable (la solar es actualmente la electricidad menos cara de la historia) y ante la necesidad de sanear sus finanzas públicas, la primera economía árabe apunta a que en 2030, el 50% de su electricidad provenga de energías renovables. “Tal vez no logren todos los objetivos, pero lo realista es considerar que la cuota de energías renovables en la producción de electricidad pasará a 10-20% en los cinco próximos años”, indica una fuente del sector energético saudí.

Para optimizar el costo ambiental per cápita de las infraestructuras, además de migrar hacia una producción de electricidad y agua potable menos dependiente de las energías fósiles, los Estados del Golfo también pueden contar con su fuerte tasa de urbanización, comprendida entre el 84% en Arabia Saudita y el 100% en Kuwait. La AIE alerta sobre la importancia de optimizar “la eficiencia energética de los edificios”, sin la cual los países “no pueden alcanzar sus objetivos climáticos”. Aunque en la península arábiga los edificios certificados como “verdes” todavía son escasos (en Omán solamente hay 12) y la utilización de sensores inteligentes para la iluminación y los termostatos o los algoritmos de eficiencia energética controlados por inteligencia artificial no son una práctica generalizada, los EAU marcan el rumbo con sus 869 edificios con certificación verde y la obligación desde 2014 de que todos los edificios nuevos estén en conformidad con la reglamentación de los edificios verdes.

“Las políticas de urbanismo pueden alentar la proliferación de edificios de alto rendimiento energético y prever la integración de energía sin carbono producida en el entorno ya construido”, comenta Huda Shaka, experta en ciudades sostenibles y creadora del blog The Green Urbanista, sobre el desarrollo sostenible en las ciudades árabes. Las fuertes tasas de urbanización también son una ventaja para volver a pensar la movilidad en el Golfo en torno a una mejor utilización del transporte público. En las calles del centro comercial del Golfo en Dubái, las redes de subterráneo, de tranvía y de autobuses, que registraron cerca de 212 millones de viajes en 2020, ya son una realidad de la vida cotidiana de muchos trabajadores extranjeros.

En Arabia Saudita, el príncipe heredero Mohammed bin Salmán anunció la creación de The Line, una ciudad sin automóviles de 170 kilómetros de largo que promueve un modo de vida comunitario, descarbonizado y construido en torno a nodos de transporte. Sin embargo, sus críticos mantienen el escepticismo y subrayan el mal desempeño de la región en la implementación de sus ambiciosos objetivos. Y el ejemplo de Omán revela la magnitud de la tarea. “Las autoridades encuentran dificultades para generar un cambio de mentalidad, en particular para reducir la dependencia de los automóviles”, indica Islam Bouzguenda, experta en sostenibilidad social y profesora titular en la universidad de Twente, en Países Bajos, con vasta experiencia profesional en Omán.

Ocupar un lugar en la mesa de las negociaciones climáticas

Los seis países del CCG figuran entre los doce países cuyas emisiones de dióxido de carbono (CO2) por habitante son las más elevadas del mundo. Las emisiones de CO2 de Arabia Saudita se estiman cercanas a los 580 millones de toneladas, es decir, casi cuatro veces más per cápita que en Francia. Pero el aparente consumo energético desenfrenado de los países del Golfo oculta en realidad la responsabilidad de la economía mundial por esas cifras apremiantes. De hecho, una parte importante de las emisiones de la región es el resultado de la producción de combustibles fósiles que luego son enviados hacia otros mercados de consumo final.

Un estudio realizado por Sayeed Mohamed revela que el 64% del CO2 emitido en el territorio catarí luego es exportado. El emirato es el primer exportador mundial de gas natural licuado y Arabia Saudita y los EAU producen respectivamente 11,5 y 3,65 millones de barriles de petróleo por día, de los cuales se exporta la gran mayoría. Los Estados de la región “no se defendieron de manera correcta” desde el comienzo de las negociaciones sobre el clima en 1992, comenta Mohamed, especialista en políticas ambientales. “El Acuerdo de París era una buena oportunidad para que se anotaran un tanto, pero la dejaron pasar, y ahora es demasiado tarde”, indica Mohamed, quien exige un reparto equitativo entre productores y clientes de la responsabilidad de las emisiones vinculadas a la producción de combustibles fósiles.

Mientras se intensifica la presión internacional para luchar contra el cambio climático, los exportadores de hidrocarburos del Golfo se niegan categóricamente a cargar ellos solos con la responsabilidad del CO2 emitido a la atmósfera durante la producción destinada a la exportación, sobre todo hacia los países asiáticos. Este enfoque contrasta con la actitud expectante que durante mucho tiempo adoptaron en el asunto, que a su vez les permitía a los clientes finales liberarse del peso ambiental ligado a la materia prima consumida. Así que los anuncios de neutralidad carbónica de los países del Golfo tienen especial cuidado en excluir de la cuenta cualquier emisión asociada a productos destinados a la exportación, limitando así sus compromisos exclusivamente al consumo energético doméstico. La estrategia les permite a los Estados de la región plantear la cuestión de un reparto igualitario del costo de la descarbonización de la economía mundial.

Tras décadas de intenso lobby anticlimático, la región cambia de actitud en torno a la cuestión ambiental. Con los anuncios de neutralidad de carbono, la región se gana un asiento en la mesa de las negociaciones climáticas. Los EAU, por ejemplo, acaban de obtener la organización de la COP28 en 2023. Las petromonarquías del Golfo luchan por la preservación de sus intereses económicos amenazados y defienden un discurso propicio al mantenimiento de los combustibles fósiles en el escenario energético mundial. “Es imperativo que reconozcamos la diversidad de soluciones climáticas y la importancia de la reducción de las emisiones tal como lo estipula el Acuerdo de París, sin tomar partido a favor o en contra de una fuente de energía en particular”, comentó Salmán bin Abdulaziz en la COP26.

Unos meses antes, fiel a su línea de conducta consistente en oponerse a cualquier esfuerzo por relegar el oro negro a los anales de la historia de la humanidad, el ministro de Energía saudí había rechazado en seco una hoja de ruta de la AIE orientada a alcanzar la neutralidad de carbono planetaria en 2050, en la que se recomendaba la utilización masiva de todas las tecnologías energéticas limpias disponibles, a costa de los combustibles fósiles. “Ese informe es la continuación de la película La La Land1”, ironizó el ministro de Energía saudí. ¿Por qué tendría que tomarlo en serio?”´ 

 

Enlace al artículo original 

En el paraíso del oro negro, cambio en el discurso sobre el clima. Sebastián Castelier. 30/11/2021.  Orient XXI

 

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