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Al Quds al Arabi, 21/02/2017

La líder de la extrema derecha francesa ha visitado Líbano en una prevista gira al mundo árabe e islámico. Esta visita no es la visita normal de un candidato a la presidencia, como la del candidato Emmanuel Macron, quien también estuvo en Líbano el pasado mes de enero. La visita de Le Pen es la visita de una candidata que representa a la extrema derecha, y pese al tinte diplomático del viaje, la política francesa ha querido constatar una serie de puntos importantes del proyecto político de su partido.

A diferencia de otras visitas suyas al extranjero, en las que ha sido recibida por un público indignado que incluso le ha arrojado huevos y tomates, Le Pen fue invitada y recibida hospitalariamente por el propio Estado libanés y por aquellos responsables libaneses que consideran a Francia “la cariñosa madre” de Líbano (como el presidente Aaún y su yerno el ministro de Exteriores, o Yibrán Basil y el patriarca maronita), y el resto de personalidades políticas del país entre las que también se encuentran el primer ministro Saad Hariri y el muftí de la República. Es decir, que Le Pen no ha sido recibida por un partido libanés afín ideológicamente al suyo, ni por una asociación que simpatiza con sus tesis (“Francia para los franceses”,“Los extremistas se encuentran entre nosotros”, “Los combatiremos desde dentro y desde fuera”) sino por el Estado libanés.

En sus declaraciones al mundo árabe e islámico hechas desde Líbano, Le Pen no se ha desmarcado de su línea; tras el encuentro con Basil dijo que “la mejor manera de proteger a los cristianos de Oriente Próximo es acabando con el extremismo islámico”, y en su entrevista con Hariri, Le Pen, como se esperaba, sacó sus cartas tras el presidente sirio Bashar al Asad, que en su opinión “constituye una solución más tranquilizadora para Francia que el Estado Islámico”, una frase con la que pretende borrar de golpe la lucha de cientos de miles de sirios que se levantaron contra el régimen, reduciéndolos a elementos de esa organización extremista.

Esas declaraciones encierran el significado de la política de Le Pen, quien, pese a parapetarse tras el discurso de la lucha contra el extremismo y la “barbarie”, en realidad deja clara no solamente su hostilidad hacia cualquier forma de islam político contra los regímenes dictatoriales, sino su hostilidad hacia todos los musulmanes; los únicos frentes admitidos por el reino racista de Le Pen son los regímenes y los partidos que están en contra, de una manera directa o indirecta,  de los musulmanes y de sus formas de lucha política contra el totalitarismo, el racismo y la extrema derecha occidental.

(…)

Viñeta de Saad Hayu

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