El antisemitismo es un insulto continuo y un peligro para los judíos. En los últimos tiempos, Europa ha sido escenario de demasiados incidentes antisemitas, que abarcan desde teorías de la conspiración tóxicas en las redes sociales y agresiones verbales, hasta horribles atentados terroristas. El daño que causan no se limita a los judíos y las instituciones judías: el antisemitismo amenaza y perjudica a toda la sociedad.
En respuesta a esta perturbadora tendencia, la Unión Europea y sus Estados miembros han redoblado sus esfuerzos para combatir el antisemitismo. La Comisión Europea ha nombrado a un “coordinador en materia de lucha contra el antisemitismo”, ha creado un grupo de trabajo específico para apoyar a los Estados miembros, y a finales de año presentará una estrategia europea “de amplio alcance” para hacer frente al antisemitismo. Todas ellas son iniciativas loables.
La Unión Europea ha dado su respaldo a esta definición bienintencionadamente, con el objetivo de introducir un criterio claro y uniforme para la recogida y clasificación de datos sobre actos antisemitas, y proporcionar una herramienta de orientación universal con fines didácticos y formativos.
Sin embargo, a la hora de aplicarla, la definición de la IHRA se ha convertido en fuente de confusión y discordia. La causa reside en los 11 “ejemplos contemporáneos de antisemitismo” que la acompañan, 7 de los cuales tienen que ver con Israel. En la práctica, estos ejemplos se utilizan abusivamente para deslegitimar a las personas o los grupos críticos con Israel o el sionismo, tachándolos de antisemitas.
Esto tiene un efecto paralizador sobre la libertad de expresión y de cátedra, y desvía la atención del peligro acuciante del antisemitismo de extrema derecha. Desafortunadamente, en vez de unir a las personas para combatir el antisemitismo, la definición de la IHRA se ha convertido en motivo de profundas divisiones.
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