Al Arabi Al Yadid

Ali Anuzla, 07/06/2017

Emad Hayyach_Rif

Con el paso de los días aumenta la popularidad de lo que se conoce como Hirak al Rif en Marruecos y sus manifestaciones se propagan. La represión sufrida la semana pasada, y que llevó a la detención de sus líderes y representantes, ha potenciado la fuerza y la organización del movimiento. El golpe asestado por el poder al líder del Hirak, Naser Zafzafi, que se enfrenta a cargos graves, y a cuarenta de sus compañeros (la mayoría, detenidos) solo ha conseguido fortalecer al movimiento y avivar las manifestaciones que salen todas las noches tras la oración del tarawih (propia del mes de Ramadán) en varias ciudades marroquíes con las mismas reivindicaciones y los mismos lemas. El objetivo de la amplia e incesante campaña de detenciones de las autoridades marroquíes contra los activistas del movimiento era aterrorizar e intimidar a los manifestantes convirtiendo en blanco a sus líderes y representantes, pero el efecto fue el contrario: cada vez que un líder era detenido aparecía otro líder civil nuevo; incluso las mujeres tomaron las riendas como Nawal Benaisa, madre de cuatro hijos, que se entregó a la policía y posteriormente fue puesta en libertad, y la artista Salima (conocida como Celia), que fue la primera mujer detenida.

¿Reforzar la seguridad es la solución al movimiento popular más largo de la historia de Marruecos, que ha sobrevivido con una fe inquebrantable a lo largo de seis meses? Es difícil contestar en este momento. Hay datos que demuestran que las autoridades podían haber recurrido a otras alternativas, mas los «halcones de la seguridad» han ignorado todos los llamamientos a la calma y el diálogo hechas por varias partes y solicitados por los manifestantes, quienes han respetado el carácter pacífico de las protestas en todo momento. En lugar de rebajar la tensión con un «golpe del puño de hierro» la tensión ha ido en aumento, las demandas ha ido a más y las manifestaciones se han extendido.

El error de adoptar la contraproducente aproximación securitaria fue precedido de otros errores que se fueron acumulando durante nueve meses desde la muerte del vendedor de pescado triturado por un camión de basura, que fue el detonante de ese movimiento. El mayor error fue la indiferencia de las autoridades hacia el movimiento; no negociaron sus demandas porque apostaron por agotarlos desde dentro y acallarlos tranquilamente gracias al factor tiempo. Lo que acrecentó la ira de los manifestantes y su anhelo de vengarse del poder fue la marginación intencionada de los manifestantes (o de sus representantes) en todos los intentos de diálogo iniciados por las autoridades. Ministros del gobierno y grandes autoridades se reunieron con representantes de partidos políticos y órganos civiles ajenos a las movilizaciones y desprovistos de tirón popular, lo que obligó a los verdaderos líderes del movimiento a aumentar el listón de demandas y a dirigirse directamente al rey, al considerar que es la única autoridad capaz de responder a ellas dado que el resto de autoridades los marginó y desestimó sus peticiones. Otro error que hizo que los activistas del movimiento perdieran la confianza en las autoridades y en sus representantes fue la ausencia del presidente del gobierno en todas las delegaciones gubernamentales y oficiales que se dirigieron a la zona para solucionar los problemas del movimiento.

Frente a esos errores que se acumulan día tras día, y pese a todos los golpes que ha sufrido, el movimiento ha sabido en todo momento cómo fortalecerse, reorganizarse y restablecer su equilibrio. Al principio, las autoridades probaron la vía de la represión colectiva de las manifestaciones; después pasaron a las campañas mediáticas para distorsionar los objetivos del movimiento y satanizar a sus representantes; y, por último, recurrieron a las detenciones, la violencia y la opresión. Y el movimiento salió más reforzado de cada una de esas etapas: su popularidad fue en aumento y también el número de participantes en sus manifestaciones, que atraen a todos los estratos de la sociedad, mujeres y niños incluidos.

Cometer más errores sin atender a las consecuencias que puedan acarrear solo conllevará al fortalecimiento del movimiento, a su expansión y a un aumento de las demandas, sobre todo si persiste la campaña de detenciones de las autoridades. Con el inicio de los juicios, en los que los detenidos podrían hacer frente a penas de muerte o cadenas perpetuas, aumentará la tensión y se extenderá el furor a otras zonas ya que algunas regiones de Marruecos viven condiciones mucho más precarias que aquellas por las que protestan los habitantes del Rif.

Uno de los errores garrafales cometidos por Ben Ali en Túnez que llevaron a la caída del régimen en 2011, fue la apuesta de la seguridad para reprimir las manifestaciones que empezaron siendo pequeñas protestas en la región de Sidi Buzid y se extendieron como una mancha de aceite por todo el territorio tunecino hasta convertirse en una revolución que agitó todos los pilares del régimen y consiguió derribarlo.

El factor tiempo es importante para salir de las crisis. La rapidez en la toma de decisiones y el saber cuándo se deben hacer concesiones que pueden transformarse en beneficios forman parte del arte de la gestión de las crisis antes de la catástrofe y de que sea imposible controlar sus repercusiones y sus efectos negativos. No hay una iniciativa para reconstruir la confianza entre las autoridades y los manifestantes, quienes ahora dirigen su discurso al rey tras perder la confianza en todas las instituciones y mediadores que podrían haber desempeñado un papel amortiguador. Antes, el movimiento tenía unas demandas sociales puras, pero ahora tiene una condición esencial: la puesta en libertad de todos los detenidos antes de abrir cualquier diálogo. De esa «escalada» es responsable el órgano que impuso la aproximación securitaria, que parece haber fracasado hasta el momento. Es el momento de calmar la tensión antes de que se convierta en una bomba que de explotar, no dejará títere con cabeza.

Viñeta de Emad Hayyach para Al Arabi al Yadid

Traducido del árabe por Eman Mhanna en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.

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