Anwar

Wael Abdelfattah (escritor y periodista egipcio)

Al Safir, 04/05/2016

1. “Cada vez que oigo la palabra prensa, acaricio mi pistola”. Parece que alguien, en los pasillos cerrados del poder en Egipto, dijo esta frase y la escuchó quien la puso en práctica a través de choques continuos, el último de los cuales no va a ser la decisión del fiscal general de prohibir publicar sobre “algo que aún se está produciendo sobre el terreno, en la calle”. Eso que se está produciendo es el asalto al sindicato de los periodistas egipcios en un antecedente histórico que ni siquiera establecieron los gobernantes que más odiaron a la prensa. Sucedió dos días antes del Día Internacional de la Libertad de Prensa (…).

Desde el momento del asalto ha habido una escalada de sucesos propia de un “clima terrorífico”, como han sido definidos por aparatos, organismos y organizaciones internacionales (…). Podemos decir que la imaginación de George Orwell se quedó corta en su novela 1984 en comparación con la realidad o que quienes están ejecutando la fórmula del escritor no han leído su novela (…).

La escalada se produjo a raíz del regreso de las grandes manifestaciones el pasado 15 de abril, que plantearon la posibilidad de  que los aparatos de seguridad “huyeran” o “ampliaran” la forma de hacer frente a las protestas a través de un violento plan de “control” que estuvo precedido y fue seguido de una amplia campaña de detenciones que afectó a más de 200 personas, entre ellas dos periodistas, Amer Badr y Mahmud al Sakka, quienes estaban manifestándose en la sede del Sindicato (de Prensa) a raíz de la ejecución de la decisión de presentarse a las fuerzas de seguridad dentro del sindicato, pese a que la Constitución y las leyes imponen condiciones al asalto de ese lugar, entre ellas la presencia del secretario general del sindicato y del consejo del mismo, y una previa orden de la Fiscalía.

Pero la pistola encontraba quien la acariciase si la decisión corroboraba  “el prestigio” de la Seguridad frente a la “particularidad” de cualquier espacio, incluso la de esa “fortaleza de las libertades” como es llamado el sindicato de los periodistas por el propio Estado.

2. El mensaje ha llegado a los periodistas: “nadie está lejos de nuestra pistola”. La confusión reinó durante las primera horas, ¿quién mandaba ese mensaje? ¿El ministro del Interior quien, molesto por las críticas, hizo que sus fuerzas impidieran la entrada a los periodistas en el sindicato la víspera del 25 de abril? ¿O se trataba de un castigo aplazado por haber permitido que las escaleras del sindicato fueran un espacio para las manifestaciones del 15 de abril que inquietaron y enfadaron a la Presidencia? (…).

Otra vez el mensaje se confirma: “nadie está lejos de la pistola cuando sentimos que el poder está en peligro” o suenan los lemas que nos recuerdan al 25 de enero. Es un mensaje que va mucho más allá del “peligro en el que se encuentra la libertad de prensa”.

3. La libertad de prensa había llegado, antes de la crisis de “cambio de geografía” y de las islas, a estar “bajo control” pese a que el régimen del presidente Al Sisi no cree en los márgenes a su fe en que los “medios de comunicación son la punta de lanza del derrocamiento de los regímenes”. Y pese a una reconciliación total entre los medios de comunicación y el presidente, este último nunca estuvo conforme, es más, hizo duras críticas a los medios a los que consideró “la causa de todos los problemas” en dos temas: el asesinato del investigador italiano Giulio Regeni y la cesión de Tirán y Sanafir.

Los golpes dirigidos a la prensa no son golpes contra la “libertad de prensa”, de por sí asediada, sino que tienen que ver con el retrazado de las “fronteras del Estado” para adherirse al régimen y a sus aparatos del Estado.

Con ello el Estado declara su “monopolio” sobre la institución del gobierno y de sus instituciones de represión: solo él tiene competencias para interpretar la ley y la Constitución, solo él representa a Egipto y sus intereses mientras que los opositores, o quienes tienen una opinión diferente o reivindicaciones, incluso en un pequeño margen, son “las fuerzas del mal”, “los traidores” o los “agentes”…

Pisotear ese “pequeño margen” en el que las organizaciones de la sociedad pueden expresarse como parte del Estado, supone una fase de extremismo en el “control” con la que se quiere buscar “la hegemonía” con un discurso que engaña a un amplio sector de la sociedad.

(…)

Viñeta de Anwar para Al Masri al Yaum

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