Un artículo de VALI NASR publicado en Foreign Policy. Artículo original en inglés aquí
Durante más de dos décadas, Estados Unidos ha visto como la política hacia Oriente Próximo se reduce a un tira y afloja entre la moderación y el radicalismo; árabes contra Irán. Durante los cuatro años de presidencia de Donald Trump fue ciego a las profundas y crecientes fisuras que se están creando en la región entre las potencias no árabes: Israel, Irán y Turquía.
El último cuarto del siglo XX, especialmente tras la crisis del canal de Suez de 1956, Irán, Israel y Turquía unieron fuerzas para establecer un equilibrio contra el mundo árabe con ayuda de Estados Unidos. Pero los países árabes, han experimentado un proceso de pérdida de poder y soberanía desde la invasión norteamericana de Irak en el año 2003, seguido de las fallidas primaveras árabes, dando lugar a nuevos escenarios. De hecho, la competencia con más probabilidades de dar forma al Medio Oriente ya no es entre los estados árabes e Israel o entre sunníes y chiíes, sino entre los tres rivales no árabes.
La emergente competencia por el poder y la batalla por la búsqueda una mayor influencia se ha vuelto lo suficientemente severa como para romper el orden posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando el Imperio Otomano se dividió en territorios que las potencias europeas colonizaron con el objetivo de controlar la región. Aunque fracturado y bajo el control de Europa, el mundo árabe era el corazón político de Oriente Próximo. El dominio europeo profundizó las divisiones de etnias y sectas y dio forma a rivalidades y líneas de batalla que han sobrevivido hasta el día de hoy. La experiencia colonial también animó el nacionalismo árabe, que se extendió por toda la región después de la Segunda Guerra Mundial y colocó al mundo árabe en el centro de la estrategia de Estados Unidos en Oriente Próximo.
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