Elaborado por Luz Gómez*

¿Islam o islamismo?
El islam (nótese que ha de escribirse con minúscula, como otras religiones) es un sistema religioso que se sustenta en el Corán, la palabra de Dios transmitida a la humanidad por Mahoma. La fidelidad a su mensaje se manifiesta en cinco obligaciones de culto, que comparten todos los musulmanes sin distinciones. Se las conoce como ‘los cinco pilares del islam’ y son: reconocer que solo hay un Dios y Mahoma es su profeta; realizar las oraciones preceptivas diarias; dar el azaque; cumplir con el ayuno en ramadán y peregrinar a La Meca. Junto al Corán, el ejemplo del Profeta también es un referente doctrinal de primer orden. La suma de los relatos que recogen el proceder de Mahoma se conoce como Hadiz, y da lugar a la Sunna, la tradición.
En el islam, junto con la teología, la ética o la metafísica, también tiene cabida la política. De ahí que a lo largo del siglo XX el término ‘islamismo’, que con anterioridad era sinónimo de ‘islam’ por analogía morfológica con ‘cristianismo’ o ‘judaísmo’, haya pasado a designar al conjunto de proyectos ideológicos, con una fuerte impronta contestataria, cuyo paradigma de legitimación es islámico.
Más que de islamismo cabría hablar de ‘islamismos’, pues existe una panoplia de discursos y tipos de activismo que, si bien comparten la reivindicación de la jurisprudencia islámica como eje organizativo del sistema estatal (véase sharía), se oponen en sus propuestas. El islamismo/los islamismos recorren el arco que va de posiciones políticamente pluralistas y teológicamente inclusivas (por ejemplo el partido Ennahda, partícipe del Gobierno tunecino tras la revolución de 2011) a modelos autocráticos y excluyentes (como el de Arabia Saudí y la República Islámica de Irán).
En líneas generales, se tiene a los Hermanos Musulmanes, organización fundada en Egipto en 1928 pero con ramificaciones por todo el orbe islámico, como exponente prototípico del islamismo, o mejor, de los islamismos. Cuando los movimientos islamistas incurren en la violencia armada para imponer su visión, del islamismo estaremos pasando al yihadismo.

¿Musulmán, islámico, islamista?
‘Musulmán’, que es adjetivo y sustantivo, debe aplicarse solo a las personas creyentes en el islam, mientras que para lo relativo a las cosas o realidades abstractas debe emplearse el adjetivo ‘islámico’ (que equivale a “propio de la civilización islámica”). Con todo, cada vez está más extendido el uso generalizado del adjetivo ‘musulmán’, por ejemplo en expresiones como “vida musulmana” o “restaurante musulmán”. Es algo justificable en la medida en que su referente es la persona musulmana. Por el contrario, no está justificado el uso de ‘islámico’ para las personas, que son ‘musulmanas’ en tanto creyentes o ‘islamistas’ en tanto militantes políticos.
Los ejemplos del mal uso de ‘islámico’ o ‘islamista’ son frecuentes: ni todos los musulmanes son islamistas (solo lo son una minoría), ni todo lo islámico es exclusivo de los creyentes en el islam. Sirva como recordatorio simbólico las palabras del obispo de Biblos (Líbano), George Jodr: “No soy musulmán, pero soy islámico”.

La umma
Si bien en las lenguas del islam ‘umma’ puede ser cualquier comunidad que se reconoce a sí misma en unos lazos comunes (nacionales, religiosos, culturales), en el lenguaje político internacional, que ha tomado el término del islamismo, la umma musulmana es por antonomasia “la umma”.
En esta versión estandarizada de la umma, todos los musulmanes formarían parte de un mismo cuerpo comunitario, superador de la diversidad racial, geográfica, lingüística, cultural, de género e incluso histórica que pudiera haber entre ellos. De ahí que, para los islamistas, la umma haya de formularse en términos estatales panislámicos, con la sharía como referente jurídico. Los yihadistas dan un salto conceptual más: dada la vocación universalista del islam, la umma propende a acoger a la humanidad entera, por lo que la lucha armada salta las fronteras estatales para globalizarse.
En la vivencia cotidiana de la mayoría de los musulmanes, la pertenencia a la umma confiere al individuo un sentido identitario transnacional, potenciado por el carácter comunitario de los cinco pilares del islam. Lo refuerza la fragilidad de otras estructuras (estatales, de clase, educativas). La umma se convierte en una utopía frente a la subordinación material y psicológica del día a día que sienten buena parte de los musulmanes en la era de la globalización.

Sunníes y chiíes
La división de los musulmanes entre sunníes y chiíes es tan vieja como moderna. Vieja porque se remonta a las luchas fratricidas por la herencia espiritual y política de Mahoma a los pocos años de su muerte (acaecida en 632 d. C.). Y moderna porque es a finales del siglo XX cuando se recruce encarnada en la tensión entre Arabia Saudí e Irán, las dos grandes potencias de Oriente Próximo que se alzan como valedoras de sunníes y chiíes, respectivamente.
Los sunníes dicen seguir el modelo de Mahoma (conocido como ‘sunna’, de donde viene su nombre), basado en el conjunto de las tradiciones (hadices) que dan cuenta del proceder del Profeta. A partir de ellas y del Corán han forjado un sistema jurídico en el que toma cuerpo la sharía, el camino que ha de seguir el musulmán. Lejos de ser monolítica, en la Sunna conviven varias escuelas jurídico-doctrinales. Cabe destacar en lo político que el califa sería su dirigente ideal, figura que de una forma u otra pervivió hasta la I Guerra Mundial y vehiculó cierta conciencia de unidad islámica.
Por su parte, los chiíes alegan que la sunna del Profeta, que en cuanto tal no rechazan, se desvirtuó por intereses espurios de las élites de La Meca, que no querían que el potencial emancipador del legado de Mahoma tuviera continuidad en sus descendientes carnales, su yerno Ali y sus nietos Hasan y Husein (el nombre ‘chií’ significa ‘partidario’ de Ali). Con los chiíes, otra forma de profetismo siguió abierta, y dio lugar a una tradición doctrinal y jurídica diversa y compleja. Los hombres de religión tuvieron un papel determinante en la gestión de los asuntos de las comunidades chiíes, de ahí la preeminencia actual de imames y ayatolaes.
Hasta hace escasas décadas, el musulmán común no tenía una conciencia clara de su pertenencia sunní o chií, algo que está cambiando rápido. La división entre ambos grupos se ahonda al ritmo de los enfrentamientos políticos que se sirven de la polarización sectaria, para lo cual se recrean nuevas identidades alejadas de las diferencias doctrinales originarias.
En términos demográficos, los sunníes serían abrumadoramente mayoritarios, cerca del 85% de los musulmanes, mientras que los chiíes rondarían el 15% . Un 1% restante quedaría para un tercer grupo, el de los jariyíes, que surgió entre quienes se abstuvieron de tomar partido en la disputa primitiva entre sunníes y chiíes y optaron por una visión del islam que hoy llamaríamos más ‘libertaria’. En cuanto al reparto geográfico, Irán, Irak, Bahrein, Yemen y Líbano albergan el grueso de la población chií, con importantes comunidades también en Azerbaiyán, Afganistán, Pakistán e India.

¿Qué es el salafismo?
Como su pariente el yihadismo, el actual salafismo es un movimiento ideológico que propugna la instauración de un orden islámico universal que recupere las esencias del islam, hoy en día corrompidas. Pero a diferencia de aquel, el salafismo no defiende necesariamente el uso de la lucha armada para lograrlo. Es más, también se puede distinguir entre un salafismo pietista y apolítico (como el de los grupos de predicación islámica que proliferan en Europa) y otro politizado en grados muy diversos (desde participando en las elecciones legislativas, como los partidos salafistas egipcios, a ejerciendo de oposición pacífica aunque ilegal, como algunos destacados salafistas saudíes).
Los salafistas pretenden volver a una suerte de islam primigenio como el que hizo posible la fulgurante expansión del islam en su primer medio siglo de vida (aprox. 622-650 d. C.). Son conceptos claves de su ideario: el takfir o anatematización de los regímenes y sociedades existentes, se declaren islámicos o no; la activación de un nuevo retiro estratégico o hégira a imitación del de Mahoma a Medina (622-632 d. C.), de modo que sirva de base para reorganizar a los verdaderos musulmanes; la creencia en un líder carismático que guíe a los partisanos; el comunitarismo que, como el de los primeros musulmanes, cubra las necesidades de la sociedad mediante la solidaridad y la complementariedad. Todo ello marcado por la consideración de que Occidente es el nuevo demonio a combatir, pues ha conducido a las sociedades musulmanas a su actual situación de depravación moral y despotismo político. La indumentaria consistente en camisolas y zaragüelles , largas barbas y uso de aleña entre los varones, y el niqab negro con guantes incluidos entre las mujeres, manifiestan en lo exterior este supuesto retorno al modelo de los antepasados más dignos, los salaf de los que toma su nombre el movimiento.

Yihad vs. yihadismo
La yihad es la obligación doctrinal que tiene el musulmán de esforzarse por instaurar en la tierra la palabra de Dios, esto es, el islam. Es, por una parte, el esfuerzo espiritual y material del musulmán por mejorarse (conocido como ‘yihad mayor’), y por otra, el esfuerzo por mejorar lo que le rodea (la ‘yihad menor’). Para conseguirlo, la yihad va desde la persuasión oral y ejemplarizante de cada musulmán al acoso armado: es lo que se conoce como ‘yihad ofensiva’, que ha sido tan discutida como practicada a lo largo de los quince siglos de historia del islam.
A partir de esta interpretación bélica de la yihad, en los años setenta del siglo XX empezó a cobrar fuerza una corriente ideológica que sostiene que esta yihad es una obligación individual que ha de acometer cada musulmán para contribuir a la liberación final de la umma. Es lo que se conoce como ‘yihadismo’.

El terrorismo yihadista, que no islamista
En la visión del yihadismo, la violencia terrorista es una estrategia al servicio de un bien inapelable, instaurar el verdadero islam (v. salafismo), por lo que no cabe discusión sobre su legitimidad. Sí la ha habido sobre las formas de la lucha armada: de cariz guerrillero en los años setenta, ha ido adaptándose a la desaparición del mundo bipolar, globalizándose primero (su máximo exponente fueron los atentados del 11-S en Nueva York) y customizándose en su modalidad actual de ataques ad hoc en Europa, el Sahel africano o el Mundo Árabe en descomposición.
A los musulmanes, les repugna que se confunda el yihadismo con el islam, error al que induce la expresión ‘terrorismo islamista’. No les fatal razón, por lo que se debe evitar. Tampoco son muy partidarios de la locución “terrorismo yihadista”, en la medida en que la yihad parece quedar reducida a la violencia, si bien esta expresión resulta menos lesiva que la primera y es conceptualmente más pertinente.

La sharía y las fetuas
La sharía es la vía que Dios marca a la humanidad para que cumpla con su voluntad, de modo que alcance la salvación. Lo hace a través del mensaje divino, el Corán, pero también a través del ejemplo del profeta Mahoma, recogido en el corpus de tradiciones conocido como ‘Hadiz’ (véase sunníes). En este sentido la sharía es la ley islámica de origen divino, como se traduce con frecuencia, pero no lo es como corpus legislativo cerrado, pues está sujeta a la interpretación humana de esas dos fuentes primigenias.
La sharía toma cuerpo en leyes civiles, penales, procesales, mercantiles, de derecho internacional o también morales y doctrinales. Estas configuran una ciencia propia, el fiqh. Las soluciones jurídicas dadas por los especialitas en fiqh están sometidas a un proceso interpretativo cuyo resultado puede ser, por tanto, muy diverso. Pero, en principio, todos los dictámenes son igualmente válidos: son lo que se conoce como ‘fetuas’, que serán más o menos vinculantes según la capacidad de convicción o coacción que tenga su emisor, el muftí.
Tanto para sunníes como para chiíes, la ley y la fe no son separables: a través de la sharía el islam se encarna y expresa en el cuerpo social, permitiendo al individuo ser y pensar, conocer y actuar de una manera específica islámica. La sharía es el distintivo de la umma, alimentando la unidad dentro de la diversidad del islam.
La reivindicación de la sharía es compartida por el islamismo, el salafismo y el yihadismo contemporáneos. Pero más allá de una declaración genérica, todo lo demás son diferencias sobre en qué se concreta la sharía, cómo se articula, quién tiene legitimidad para interpretarla o cómo se ejecuta en el mundo actual. Por poner algún ejemplo: la sharía es a la vez la principal fuente de derecho constitucional en países como Egipto y Pakistán, pero también el argumento que esgrime el Estado Islámico para proclamar su califato. Y la sharía sirve tanto para justificar la imposición del niqab a las mujeres en Arabia Saudí como para situar a una mujer al frente de la oración en una mezquita de Nueva York.

Halal/Haram
En la jurisprudencia islámica, ‘halal’ es una categoría que designa todo lo que es lícito; se contrapone a lo ‘haram’, lo ilícito y por tanto prohibido.
Que un acto sea halal no implica necesariamente que el individuo o la colectividad estén obligados a realizarlo, sino que se puede realizar de acuerdo con unas normas. De ahí que lo halal vaya desde los actos de devoción personal que le son ineludibles a cada musulmán (véase islam) a los actos que a Dios no le son gratos pero que son lícitos, como el divorcio. Por el contrario, todo lo haram está prohibido sin ambages y castigado.
Con todo, no faltan subterfugios para sortear lo haram y convertirlo en halal: los yihadistas han hecho acopio de la jurisprudencia más torticera para justificar el asesinato de inocentes, acto haram donde los haya, como ha denunciado la Comisión Islámica de España.
Más allá de los tecnicismos islámicos, halal es un concepto asociado a las normas alimentarias. En términos generales, todas las fuentes de alimentación son halal salvo una serie de animales (como cerdo, perro, serpiente, mono, aves de rapiña) o los que no hayan sido sacrificados con arreglo a la norma islámica (que a grandes rasgos se reduce a que la res sea degollada de un tajo por un musulmán y se desangre por completo). Son también haram las bebidas alcohólicas y los aditivos alimentarios derivados de productos no halal, como es el caso de la manteca animal en los dulces.
El uso del adjetivo halal para la alimentación se ha extendido en los últimos años a otros aspectos de la vida pública del musulmán, como el turismo halal, la indumentaria halal o la banca halal, hasta el punto de que esta etiqueta está en vías de convertirse tanto en un reclamo de consumo como en un signo de identidad del musulmán en contextos minoritarios.

Radicalismo, fundamentalismo, integrismo
Como todas las tradiciones religiosas, también el islam ha conocido en época contemporánea interpretaciones literalistas de sus textos y tradiciones. Los movimientos de carácter islámico que han abogado por una vuelta integral a los fundamentos o las raíces han dado soluciones muy diversas a los desafíos que encara el hombre moderno (véase islamismo, salafismo, yihadismo). No es adecuado etiquetarlos a todos ellos de forma genérica con ninguno de estos sustantivos (radicalismo, fundamentalismo, integrismo) seguido del adjetivo ‘islámico’, pues de esa forma lo islámico se convierte en atributo, como si el islam fuera radical, fundamentalista o integrista por antonomasia.

 

* Es investigadora principal del proyecto I+D+I “Islam 2.0: marcadores culturales y marcadores religiosos de sociedades mediterráneas en transformación” (FFI2014-54667-R)

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