Al Ajbar, 06/04/2015

Debemos agradecer al embajador saudí, Ali Awad Asiri, sus quejas y ataques contra el diario «Al Ajbar» así como las amenazas de cierre del mismo. La cosa no se queda en reconocer quién se encuentra en el poder y quién tiene el poder para restringir lo que se prohíbe, sino que el gobierno saudí, que posee decenas de periódicos y redes de comunicación y que casi controla la totalidad de los medios árabes, presiona a un diario cuyo presupuesto anual, a lo sumo, es muchísimo menor que el de un chiringuito del Golfo que promueve el sectarismo y la obediencia.

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Lo que le molesta al embajador saudí, y a sus portavoces del Líbano y la región, no es que el diario Al Ajbar se caracterice por su objetividad, influencia y éxito cosechado entre el público (ojalá fuera así); lo que realmente les molesta es que con su mera presencia el diario desafía la imagen obediente, ejemplar y alentadora que mediante dinero y poder, el Golfo ha tratado de popularizar entre todos los medios de comunicación árabes.

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Por estas razones Al Ajbar se enfrenta de forma «privilegiada», no sólo a los ataques de las instituciones del Golfo, sino también a las élites árabes relacionadas con las mismas, las cuales utilizan diferentes argumentos y medios para deslegitimar al diario, al que acusan de formar parte de «organizaciones iraníes y de Hezbolá». Lo interesante de esta «acusación» es que no se trata únicamente de un engaño (y el discurso del que la repite solo tiene como argumento esas mentiras) sino que es una contradicción porque de hecho hay canales de televisión y periódicos que pertenecen a Irán y Hezbolá, que están financiados por ellos de forma abierta, que defienden su línea editorial sin pedir disculpas, y sin embargo ninguno de los que quiere erradicar a Al Ajbar les arroja su dinero.

 

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