Pedro Rojo Pérez
El pasado 20 de febrero se cumplían 10 años del estallido de las protestas populares en Marruecos que tomaron esa fecha como denominación. Las masivas y heterogéneas manifestaciones enmarcadas en la corriente que había comenzado unos meses antes en Túnez, y que ya había prendido también en Egipto o Bahréin, exigían quizá no la caída de la monarquía pero sí un cambio profundo de régimen político y evolucionar hacia verdadera monarquía parlamentaria. Como destaca Al Quds al Arabi «En tan solo dos semanas el palacio real decidió responder a las peticiones de los manifestantes a través de un discurso del rey Mohamed VI el 9 de marzo de 2011 que los medios de comunicación describieron como “histórico y sin precedentes”. En esta alocución prometió una reforma constitucional profunda y así fue: se redactó una nueva Constitución y se celebraron elecciones anticipadas de las que salió un gobierno liderado por la formación islamista Partido Justicia y Desarrollo. Para Osama al Jlifi (Oussama Khlifi en transcripción francófona), uno de los líderes del Movimiento 20 de Febrero, se consiguieron buena parte de las demandas, como la nueva Constitución, la liberación de presos políticos, la subida del salario mínimo o una exigencia histórica como que se nombrara primer ministro al líder del partido que ganase las elecciones, pero en cambio se han vivido una serie de retrocesos como la vuelta de las detenciones políticas como las que tuvieron lugar tras las protestas en el Rif. (…) Por su parte la activista por los derechos humanos Imán al Razi cree que la mayoría de las reivindicaciones del movimiento no se han logrado en la práctica, ya que cuando el Estado las tenía que implementar sobre el terreno y espacios concretos como hospitales o las universidades o en cuestiones como la creación de empleo “no ha cumplido con las exigencias como el derecho al trabajo, a la salud, educación o a una vivienda digna. Marruecos ha retrocedido no solo a la situación previa al 20 de Febrero sino a épocas que pensábamos superadas”».
Por su parte el periodista marroquí Ali Anuzla (Anouzla en transcripción francófona), muy crítico con el régimen marroquí, lo que le ha costado varias visitas a los tribunales, escribe un análisis en Al Arabi al Yadid bajo el título “¿Qué queda del movimiento 20 de Febrero marroquí?” en el que asegura que «las razones que llevaron a la gente a salir a las calles en 2011 siguen estando ahí, cuestiones como la pobreza, la corrupción, las diferencias sociales, la falta de transparencia y de rendición de cuentas. Muy al contrario, Marruecos está dentro del escaso grupo de países árabes que se pueden contar con los dedos de una mano que han sabido cómo gestionar las protestas de las Primaveras Árabes esquivando los derroteros que han hecho caer otros regímenes. Lo que ha vivido Marruecos es una especie de juego al despiste con el 20-F, un tira y afloja tentador que ha permitido al Estado ganar tiempo y hacerse de nuevo con fuerza con las riendas del país y la sociedad habiendo hecho muy pocas concesiones. (…)
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La única respuesta que finalmente ha usado el Estado para hacer frente a estas enfermedades que carcomen su estructura desde dentro, ha sido la vía de la seguridad para garantizar una especie de falsa paz social. Más allá de la estabilidad política, para describir la situación actual los observadores están empleando el mismo vocabulario que se lleva usando desde los tiempos del Protectorado. En los tiempos del protectorado francés el colonizador diferenciaba entre lo que era el “Marruecos útil” y el “Marruecos inútil” para diferenciar el Marruecos rico y que funcionaba para interés del colonizador del otro pobre al que se marginaba. En la época de Hasán II la oposición de izquierdas describía Marruecos como el país de las diferencias en el sentido de las diferencias entre clases, una clase pobre que ha ido aumentando con el paso del tiempo y una clase rica cuya riqueza aumenta sin parar. Bajo el poder del actual monarca las diferencias entre ricos y pobres se han agravado. Algunos observadores, sobre todo occidentales, denominan a Marruecos el país de la apariencia en referencia al entramado aparente, una mera fachada institucional tras la que se esconden unas diferencias que siguen siendo profundas y que pueden provocar en cualquier momento un nuevo estallido de protestas o un movimiento de distensión política que reduzca la presión para ganar tiempo ante un nuevo estallido, puede que solo un poco más de tiempo, pero esto es lo que viene sucediendo en la historia reciente de Marruecos, incluida la Primavera Árabe».
Viñeta: Jáled Gueddar (Khalid Gueddar en transcripción francófona)
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